lunes, 3 de junio de 2019

A MAMÁ SE LE FUE LA OLLA


Papá maltrataba a mamá: borracheras, cuernos, palizas... Ella se lo aguantaba todo; lloraba un poco, rezaba, apretaba los dientes y tiraba para adelante. Era una mujer de una generación pretérita: abnegada, sufrida y sumisa, dedicada al cuidado de sus hijos, enterrada en las labores del hogar.   Mamá se pasaba los domingos por la tarde encerrada en casa, soportando el fútbol radiado y el hedor a tabaco negro y coñac barato.  El único consuelo de nuestra madre consistía en acudir a la iglesia, no tenía más ocio que asistir a misas y confesarse con el párroco.  Su marido solía tildarla de “beata de mierda”.

No diré que mamá no tuviera sus ilusiones, en los últimos tiempos albergó el modestísimo anhelo de tener una olla exprés. Pero papá no era capaz de complacerla ni en esa nimiedad, la mayor parte del salario se lo gastaba en putas y bares y poco sobraba para el mantenimiento de la familia. Tras mucho batallar, logramos, por fin, convencer a nuestro progenitor para que le comprara la deseada olla a presión como regalo por el día de la madre. Al mes de la adquisición del artefacto, la olla explotó segando la vida de nuestro padre. Nadie le lloró.

A los dos meses del deceso, mamá se fugó con el insólitamente joven y guapo cura de nuestra parroquia. Fue a partir de ese momento en que comenzamos a sospechar que el estallido de la olla no había sido un accidente.

Microrrelato publicado en la revista Papenfuss, número doce.