miércoles, 26 de mayo de 2021

CUADERNO DE CAMPO

 La revista Burak ha publicado mi relato "Cuaderno de campo".

Puede ser una imagen de una o varias personas, personas de pie y al aire libre


CUADERNO DE CAMPO
El extranjero pálido vino a nuestra aldea y solicitó a nuestro jefe pasar un tiempo con nosotros. Obviamente nos sentimos halagados, nadie venía a vernos nunca, así que decidimos ofrecerle nuestra hospitalidad.

Nos sorprendió que conociera los rudimentos de algún idioma parecido al nuestro, así como la curiosidad insaciable que mostraba hasta por los detalles más triviales de nuestra existencia. Se pasaba el día preguntando y haciendo dibujos y marcas extrañas en unas hojas blancas cosidas entre sí.

Nos siguió en nuestras partidas de caza, pesca y recolección de frutos. También se fijaba en como cocinábamos los alimentos que ingeríamos y la manera en que lo hacíamos. Nos observaba con seriedad y sin dejar de pintar sus figuras extrañas. A pesar de su carácter circunspecto se emocionó cuando le mostramos nuestros bailes y el rito del paso a la edad adulta de los niños que consistía en que introducíamos a los varones en unas jaulas que situábamos en un claro de la jungla y esperábamos a que sobrevivieran a los acechantes dragones de Komodo.

Llegó un momento en que el extranjero comenzó a parecernos un entrometido. Fastidiaba que uno se fuera a un rincón a aliviarse el vientre y notara el cosquilleo en la nuca de una mirada y descubriera al tipo, emboscado en el follaje de la jungla, emborronando sus malditos garabatos.

Cuando nos imploró que le dejásemos integrarse más en nuestra cultura, no lo dudamos, aquella noche nos sirvió de cena.
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martes, 11 de mayo de 2021

FERIA MACABRA DEL LIBRO

 He vuelto a quedar finalista en el concurso que organiza el Projecte Loc de Cornellà del Llobregat con mi relato...


FERIA MACABRA DEL LIBRO

 

A la galaxia Gutenberg le sucedió la galaxia Internet, gracias a Amazon y a otras empresas digitales dedicadas a la autoedición, centenares de miles, quizás millones, de autores que jamás hubiesen publicado, alumbraron sus propias creaciones; se trataba de los llamados, eufemísticamente, autores independientes. La avaricia capitalista se amalgamó con el ego universal para parir al monstruo. Nunca tantos publicaron tanto para que les leyesen tan pocos. El bosque, más bien la jungla, de libros autopublicados impedía fijarse bien en los árboles, es decir, en los títulos individuales, que pasaban desapercibidos, extraviados entre el ruido y la furia del pandemónium digital.

 

Como todos los años se celebraba la principal feria del libro del país en la que, obedeciendo a una estricta regla de castas, se dejaba fuera a los autores independientes, a los que no se podía acoger debido a su escasa rentabilidad y falta de espacio físico. Como cada año una horda ansiosa y enojada de autores independientes deambulaba por la feria aquejados por la envidia, el resentimiento o melancolía. Pero todo cambió el año en que el doctor Moreau presentó sus inventos.

 

El doctor Moreau, víctima de las leyes de protección de los animales, se le había prohibido continuar con sus experimentos en su idílica isla tropical, por lo que se hallaba de regreso a la civilización, desocupado, pero con su privilegiado cerebro siempre maquinando algo inédito; así que se le ocurrió una forma en que los autores independientes tuvieran su espacio en la muestra. Fabricó dos artefactos, elaboró un proyecto y la dirección de la feria aprobó su puesta en marcha.

 

Levantar miles de stands para que los poblasen decenas de miles de autores independientes en un aburrido cortejo de firmas de libros que nadie deseaba comprar, no era una opción viable. El doctor Moreau, en cambio, instaló doce celdas acristaladas con espacio suficiente para que cupiese dentro una persona con comodidad. En seis de las doce celdas, una gota malaya se precipitaba sin interrupción hasta colmar de agua la totalidad del habitáculo; en las otras seis, dos paredes de acero situadas en los laterales izquierdo y derecho eran empujadas mecánicamente hasta juntarse sin dejar resquicio alguno entre las planchas. Los mecanismos de ambas instalaciones se ponían en marcha cada día coincidiendo con la hora en que la feria del libro abría sus puertas y culminaban su proceso, ya fuera el llenado completo de agua del tanque acristalado o el total achicamiento de la celda, al punto de la hora de cierre del evento.

 

A los autores independientes que estuvieran dispuestos a jugarse la vida por sus obras, se les ofrecía promocionar sus libros introduciéndose en las celdas del doctor Moreau. Por cada libro que pudieran vender se dejaba libre un centímetro de separación entre paredes o, bien, otro centímetro que no era cubierto por el agua; por lo que quedaba en manos del público comprador el salvar la vida de los escritores expuestos. Cada comprador tan sólo podía adquirir un único ejemplar. A los supervivientes se les premiaría con un contrato con una editorial para su próxima obra, libre de coediciones u otras trampas similares. A la atracción se la denominó “Los doce autores del patíbulo”, y la ubicaron en la zona próxima a los váteres portátiles. Contra todo pronóstico se cubrieron todas las plazas ofertadas y aún quedó una lista de espera. El doctor Moreau declaró enfático que no se podía subestimar el poder del ego. De inmediato los admitidos comenzaron a anunciar con frenesí en las redes sociales que ellos iban a estar presentado sus libros en la principal feria del libro del país como lo hacían los más grandes autores internacionales.

 

Se esperaba que la empatía, la piedad, el humanismo, la solidaridad y la compasión del público reaccionase ante aquel chantaje moral y evitara la muerte de todos y cada uno de los autores prestos al martirio, pero el resultado fue el contrario.  Incluso muchos de los amigos y familiares de los escritores participantes que se habían visto, alguna vez, en el compromiso y en la molesta tesitura de tener que comprarles aquellos libros que no les interesaban en absoluto, se alegraron de ver como aquellos latosos morían.

 

 Los visitantes de la feria -en su mayoría familias con niños-, asistieron encantados a las truculentas ejecuciones de los escribanos. Enseguida se llenó la zona de gentío y aparecieron vendedores ambulantes de altramuces y pipas y lateros para atender a un público que disfrutaba de lo lindo con los lamentos, muecas y estertores de la muerte de aquellos desgraciados.  En el primer día fallecieron todos los autores. El reventón del abdomen, el crujir de los huesos o los ojos saliéndose de las órbitas, provocaban oleadas de aplausos espontáneos entre los curiosos. Los ahogados recibían menos atenciones, por lo que en la segunda jornada las celdas destinadas a aplastamientos se incrementaron hasta las diez unidades y sólo dos se dejaron para la asfixia por agua. Pero el show no sólo atraía por sus aspectos truculentos; también gustaba por la forma en la que los escritores penitentes afrontaban la muerte; unos pidiendo auxilio, otros rezando, los menos, impertérritos con dignidad estoica. La muestra tuvo mucho éxito entre psicólogos, forenses, traumatólogos y actores en búsqueda de inspiración para componer sus papeles. Por supuesto, además de concitar la atención del público, que llegó a ser una muchedumbre, los medios de comunicación acudieron en tropel. Para muchos de los fallecidos valió la pena morir con tal de ser entrevistado en un matinal de televisión de una cadena generalista y poder hablar de su libro, cinco minutos de gloria que los absolvían de una vida de anonimato. Uno de los autores sufrió un orgasmo al ser entrevistado en directo por una cadena televisiva de los Estados Unidos.

 

El segundo día, un autor de haikus participó vestido de samurái y gritando “¡banzai!” a cada rato sin venir a cuento, otro iba de torero y una tercera autora de romance erótico; una señorita joven y de buen ver, entró en la celda con el traje de Eva, lo que conllevó que numerosos hombres rijosos se agolparan en torno a la instalación para piropearla. El libro de la chica, titulado: “Este cuerpazo destinado a ser pasto de gusanos, mejor que los disfruten los humanos”, se vendió en suficiente cantidad para salvarle la vida. Aquella artimaña por parte de la joven, obligó a la dirección de la feria a realizar cambios para que no les troleasen o se llenase de personajes extravagantes con ganas de exhibirse. A partir del tercer día todos los autores deberían introducirse en las instalaciones vestidos con atuendos de jugadores olímpicos de vóley playa y quedaba prohibido desnudarse. El doctor Moreau, al que su mente científica no le había privado del sentido del espectáculo, añadió la novedad de que les untarán los cuerpos con aceites y que en cada hora en punto levantaran el brazo haciendo el saludo a la romana y exclamasen: “¡Ave público! Los que van a morir te saludan”, para regocijo del respetable -a los más pedantes se les permitió que recitaran la frase en latín-.

 

El éxito de las ejecuciones -en París se fletaron vuelos chárter con turistas nostálgicos de la época en que las guillotinas llenaban las plazas, para desplazarse a la feria del libro- provocó el resquemor entre los demás escritores “convencionales”. Un autor mediático y presentador de televisión, que promocionaba en la feria un libro escrito por sus guionistas, despotricó, verde de envidia, contra la “atrocidad” que se estaba cometiendo. Un escritor exquisito, con sillón en la Real Academia de la Lengua, deploró que el populismo, el tremendismo, la zafiedad y el mal gusto, se hubiesen apropiado de una feria, otrora, pasarela de la cultura. En cambio, otra pluma aguerrida, celebraba que aún quedasen escritores con “cojones u ovarios” de estar dispuestos a morir por sus letras, aunque lamentaba los métodos escogidos para su ejecución, abogando en próximas ediciones por el garrote vil, “algo muy nuestro y genuinamente español”. La presidenta regional, por su parte, se negaba a clausurar el evento, alegando que su comunidad autónoma era un “oasis de libertad” y que iba en contra de su filosofía prohibir un emprendimiento que cosechaba un éxito tan fulgurante. La dirección de la feria alegaba que los autores participantes habían firmado un acta notarial que les exoneraba de cualquier responsabilidad en caso de muerte o lesiones.

 

La masacre iba viento en popa hasta que en el penúltimo día murió aplastad@ un@ joven@ poet@, activist@, de género no binari@, poliamoros@ y perteneciente a una minoría racializada. Fue entonces cuando la progresía salió en tromba y la polémica estalló en todo su fragor, haciendo que las tertulias nocturnas de televisión y radio casi no hablasen de otro tema, mientras las redes sociales ardían y la muerte del/la poet@ se convertía en trending topic. A la mañana siguiente, último día de la feria, se cancelaron las ejecuciones, los autores seleccionados se quedaron cabreados y sin promocionar sus libros y con las secuelas psicológicas causadas por el síndrome del kamikaze frustrado. Los cadáveres de los autores fueron enterrados en una fosa común sin nombre alguno que los identificara, para así poder disfrutar de su anonimato para toda la eternidad.

 

 


miércoles, 5 de mayo de 2021

INCAUTO

 Publicado en la revista mexicana "Doble Voz"


Conoce a Calixto, un hombre que vive pensando en teorías imposibles ¿Pero tendrá razón o sólo será paranoia?
Texto por: Héctor Daniel Olivera Campos
Incauto