lunes, 27 de marzo de 2023

miércoles, 8 de marzo de 2023

VATICINIO

 VATICINIO

En la plaza de la villa, durante el ya declinante mercado semanal, por ser la última hora de la tarde, la zíngara se acercó a la muchacha y tomó la mano de la joven aprovechando que ésta estaba distraída: “Vas a conocer a un hombre alto y guapo, que te romperá el corazón”, anunció la gitana tras leerle las líneas de su palma. “¡Qué tópico! -respondió Mina-. Y tendrá los ojos verdes”, añadió con ironía. La adivina asintió con semblante sombrío. La joven recompensó a la pitonisa con un puñado de monedas de cobre y reanudó su paseo, deteniéndose y curioseando las mercancías que le ofrecían los vendedores ambulantes, muchos de los cuales se disponían a recoger sus enseres. En uno de los puestos vendían ajos y el fuerte olor que desprendían mareó a la muchacha. La gitana se alejó rauda, persignándose con furia supersticiosa.
“¿Qué necesidad tengo de encontrar a otro hombre?”, se preguntó Mina. Hacía poco se había prometido a un aristócrata -las lujosas vestimentas que portaban eran testigos de su prodigalidad- y le esperaba un destino propio del más alto abolengo. Y, aunque también era cierto que no había nadie en el mundo más extraño y maniático que su prometido, lo cierto es que poco a poco se estaba acostumbrando a él y a sus excéntricas costumbres, ya fueran su dieta o su vida nocturna.
Se hacía de noche, era preciso regresar al lado de su prometido pálido y anémico, quien, aquejado por un insomnio sempiterno, la esperaría despierto hasta que despuntara el alba. El coche de punto la llevaría hasta la aldea en que le esperaba el carruaje y el cochero enviados por su novio para ser trasladada al castillo. Mina se acomodó en la berlina, era la única pasajera.
El cochero azoraba los caballos con la fusta cuando otro pasajero penetró, dando un brinco, en la cabina de la diligencia. Mina se pasmó al verlo, era alto, guapo, moreno y de ojos verdes. Su mirada era hipnotizadora, su sonrisa amplia y limpia como una bahía amable. Hablaba con un exótico y atractivo acento extranjero. A mina le sorprendió que se dirigiese a la misma aldea que ella.
-Me llamo Mina -dijo la muchacha, presentándose.
-Prefiero guardar el misterio de mi nombre -declaró él, sonriendo.
-¿Y eso?
-El misterio es la clave de la seducción.
-¿Piensa seducirme? -preguntó Mina entornando los ojos con picardía.
-Desde que la he visto no pienso en nada que no sea eso.
-No se haga ilusiones, estoy prometida.
Continuaron hablando de temas intrascendentes. Él dijo que estaba de turismo. Ella no le creyó, nadie visitaba aquella comarca remota y maldita. La noche cerraba y comenzaron a caer copos de nieve. El coche cogió un bache y él cayó de bruces sobre su escote. Mina sintió su aliento cálido sobre su piel y, en aquel momento, deseó no tener novio ni atadura alguna.
-Perdone.
-Perdonado -respondió ella, soltando una risita.
-Se ha lastimado la mejilla.
-¿Dónde?
-Aquí -la mano cálida del hombre acarició la mejilla y ella arrulló su rostro en su palma. -¡Mírese! -el extraño sacó un espejito en forma de concha de su morral de cuero. A Mina le extrañó aquel objeto tan inequívocamente femenino entre las pertinencias de un hombre. -Un rasguño, ¿lo ve? -Mina se aproximó al espejo y casi no pudo ver su imagen, aunque estaba segura que no se apreciaba ninguna herida-. Cómprese otro espejo, éste se lo vendieron ahumado, apenas me reflejo en él -declaró, un poco malhumorada.
-Es tanta su hermosura que hasta los espejos son incapaces de reflejarla en toda su plenitud -declaró el hombre sonriéndole. En boca de otro le habría parecido una cursilada, pero no en la de aquel hombre alto, guapo y de ojos verdes.
La nevada arreciaba y el cochero les avisó que no podía seguir, informándoles que a un kilómetro de distancia había una posada que regentaba una viuda amiga suya que les daría hospedaje por una noche. Mina agradeció para sí la tormenta, el cosquilleo de la aventura prendía en su interior.
La viuda los atendió con eficacia y celeridad y tras la cena dispuso a los tres en sendas habitaciones. Al cabo de una hora, los nudillos del hombre tocaron a la puerta de ella -un lapso de tiempo que a Mina se le había hecho interminable-
-Ábrame, quiero darle una cosa.
-Estoy en camisón. Démela mañana.
-Ha de ser ahora.
-Está bien, pase. -El tipo penetró en la habitación con su bolsa de viaje, cosa que extrañó a la muchacha.
-Desearía regalarle algo -dijo el hombre sacando del macuto una cadenita de la que pendía una cruz-, es de plata.
-¿Y qué he hecho yo para que me regale eso? -preguntó Mina que observó de reojo la cruz. Por alguna razón la visión del objeto la irritaba.
-Nada, pero lo hará.
-¿El qué? -se echó a reír la muchacha. Él la tomó por su cintura. Mina se deshizo del contacto, tampoco quería que la tomara por una chica fácil. El detalle de ofrecerle la cruz la molestó levemente. Si no le gustara tanto aquel tipo, hasta se habría ofendido. -Mi novio no soporta los crucifijos…, no es creyente.
-Quédese el espejito, ya no lo necesito, lo que debía comprobar ya lo he hecho.
-¿Espejitos, abalorios? ¿Y qué será lo próximo, cuentas de colores y agua de fuego? Me toma usted por una nativa salvaje de alguna isla exótica.
-¿Me equivoco en lo de salvaje?
Mina lo observó de arriba abajo. Le gustaba su descaro, la seguridad con que expresaba su deseo, le gustaba aquel macho, ¡qué narices! Para qué andarse por las ramas si los dos sabían que la noche iba a acabar a ras de cama, ¿para qué seguir perdiendo el tiempo? Mientras el Conde, su prometido, no se enterase, no iba a pasar nada malo.
-Tendrás que salir de mi habitación antes de que amanezca -respondió Mina. -Y ahora dime tu nombre -musitó mientras le acercaba los labios.
-Después.
Desafiando a lo probable, ambos amantes alcanzaron juntos el éxtasis y su consiguiente petite mort. Tras hacer el amor, él se dejó mecer por un sueño plácido y dulce. Ella se durmió algo más tarde, tras el disfrute del cuerpo atlético del hombre anónimo, eran los brazos de Morfeo los que solicitaban su entrega.
Ella se despertó al sentir un arrebato, una llamada oscura; hambre, sed y deseo, uncidos en un mismo impulso. Sus labios se posaron sobre el cuello del hombre, la tentación era inmensa. ¡Pero era tan guapo aquel desconocido! La muchacha se dio la vuelta en la cama, se tragó las ganas y trató de dormir.
Una punzada en el pecho despertó a Mina. Tras la punción, el líquido caliente que brotaba de la herida superficial comenzaba a teñir de rojo su camisón. El hombre estaba sentado sobre ella, con sus rodillas inmovilizando sus brazos; en la mano izquierda sujetaba una estaca que acababa de presentar sobre su corazón, con la derecha blandía un mazo. Faltada de aire, Mina no pudo articular palabra. Él reveló su identidad: “Mi nombre es Abraham Van Helsing”.


Relato finalista en el I PREMIO INTERNACIONAL DE RELATOS
FANTÁSTICOS Y DE TERROR
“CIUDAD DE INNMOUTH”
HOMENAJE A H. P. LOVECRAFT

CARTEL DE PRESENTACIÓN DE MI NOVELA "EL EQUÍVOCO" EN LA PRIMERA FERIA VIRTUAL DEL LIBRO DE PORTUGAL