LAS
LÁGRIMAS NO CAEN EN EL ESPACIO
Un
astronauta ha llevado a cabo un experimento. Ha hecho algo corriente, simple y
a la vez íntimo y conmovedor: ha llorado. Un hombre ha llorado por el bien de
la ciencia (nadie sabe que penas ha invocado en su memoria para concitar su
llanto). La conclusión de su estudio es que las lágrimas no se derraman en el
espacio, se empeñan en pegarse a su cara y arremolinarse bajo sus ojos debido a
la falta de gravedad.
Los efluvios
salobres del alma, más allá de las elucubraciones de poetas líricos o de
cábalas místicas, son materia; un compuesto de hidrógeno, oxígeno, con trazas
de cloruro de sodio y que contienen también límpidos, proteínas, mucosas y una
enzima; gotas segregadas por unas glándulas específicas bien estudiadas y
descritas por la ciencia médica.
El hombre es
materia; huesos, músculos, órganos… Duele el cuerpo cuando cambia el tiempo y
notamos que arrastramos nuestro propio peso mientras ascendemos por una
escalera. Podemos invocar el espíritu, pero nuestras necesidades perentorias
nos dictan la agenda de todos los días con sus inexcusables exigencias; aunque
la vida sea más que la satisfacción primitiva de nuestras necesidades y no sólo
de pan viva el hombre. Hollamos el camino con el peso de nuestros pies,
soportamos la presión de la atmósfera del cielo sobre nuestras cabezas, la
gravedad nos amarra a la tierra, nuestros abrazos transmiten nuestro calor.
Somos parte del mundo junto a otros billones de seres, visibles e invisibles,
deambulando sobre la costra enfriada y reseca de un planeta incandescente.
Las lágrimas
no caen en el espacio, comprueba el astronauta-científico, en gravedad cero no
se derraman. Además, no hay nada por lo que llorar en el espacio que no haya
sido traído de la Tierra, y eso incluye los pensamientos y los recuerdos. En el
espacio, en la nada, no hay dolor ni alegría que nos arranque las lágrimas,
éstas son un genuino producto terrícola. Las lágrimas, y los sentimientos que
las generan, son parte de nuestro mundo, son parte de la vida como los ríos o
el mismo océano. Estamos aquí para sentir y también para llorar.
El
astronauta contempla nuestro planeta color azul-milagro por la escotilla de la
nave y su llanto es aberrantemente extraño.
(Texto publicado en la revista "La melancolía desenchufada" en número 3 de enero de 2020)
Me acuerdo de ese video, fue bastante... raro.
ResponderEliminarSaludos, y felicitaciones por la publicación!
J.
Sí, fue una noticia que apareció en televisión.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.