He quedado finalista en el III Certamen literario de relato y poesía "Encinas Reales" con mi cuento
GIRO INESPERADO
Me
apunté a un taller literario dedicado al género detectivesco, pese a mi
escepticismo a participar en dichos cursillos; ya saben cómo funciona este tipo
de clases: una vieja gloria escritora de medio pelo, a la que ya nadie lee,
imparte unas pocas nociones de teoría literaria que cualquiera podría encontrar
por sí sólo en los manuales que circulan por la red. Lo que me llamo la atención de la propuesta
fue la combinación de clases magistrales presenciales con el empleo de la
inteligencia artificial. Este último aspecto novedoso me animó a inscribirme.
El
taller se desarrolló como cabía esperarse, provocándome una honda decepción:
Historia y características del género detectivesco, unas cuantas nociones para
escribir un relato de crímenes, unos pocos ejercicios y, a modo, de conclusión:
lectura y análisis en común de los relatos realizados por cada alumno durante
el taller. Mosqueado, pregunté que dónde narices estaba la aplicación de la
inteligencia artificial prometida y, fue entonces, cuando Paloma Remilgos, que
así se llamaba la escritora de novela negra que nos impartía el taller, me
entregó, sonriendo, un código alfanumérico. Cuando acabase el curso, me dijo,
tan sólo tendría que introducir mi relato (planteamiento y nudo) en la base de
datos de una determinada web alojada en la dark net o internet
oculto, para que el programa de inteligencia artificial con el que operaban me
escribiera el desenlace, asegurándome que siempre contendría un giro inesperado
que haría las delicias del lector
Receloso
escribí un relato a lo Agatha Christie ambientado en Extremadura. El marqués de
Cascafría organizaba una partida de caza de perdices en su finca a la que
invitaba a sus amigos. La madrugada del fin de semana en el que se realizaba la
actividad cinegética, el marqués era cruelmente asesinado, alguien le clavaba
una estaca en el corazón, aunque no se encontró el arma homicida porque lo
apuñalaron con un carámbano de hielo que desapareció al derretirse. Diez eran
los sospechosos del crimen, todos tenían motivos para matar al aristócrata;
pero todos disponían, aparentemente, de sólidas coartadas, aunque pronto el
lector descubriría que todos mienten. El decimoprimer invitado a la montería
era Heráclito Pueyo, rentista, numismático y filatélico y entomólogo
aficionado, ex profesor de lógica y egiptología. Heráclito, que hizo un curso
de detective privado por correspondencia, hizo valer su autoridad en
criminología para investigar el homicidio por su cuenta antes que irrumpiera la
policía a meter sus torpes manazas en el caso. Uno por uno el detective fue
interrogando a los sospechosos y tomando notas. La tarde del domingo, antes de
abandonar la finca, Heráclito congregó en la biblioteca del palacete a todos
los sospechosos y fue enumerando las razones que tenía cada uno para acabar con
la vida del marqués mientras desbarataba sus respectivas coartadas.
¡Qué nervios! Ni siquiera yo, que soy el
autor, sabía quién era el asesino. Entré en la aplicación que me indicaron y
cargué el archivo con el relato. Tan sólo tenía que esperar que me lo
devolvieran con el desenlace escrito concluido con el ignoto giro inesperado.
Al
día siguiente por la noche llamaron a mi puerta, eran dos agentes de la Guardia
Civil que me pidieron que los acompañara al cuartelillo para contestar a
algunas preguntas. En la sala de interrogatorio, un par de agentes me acusaron
de haber asesinado al marqués de Cascafría. Por ellos me enteré de que
Heráclito Pueyo me había denunciado. Mi relato me incriminaba, la enumeración
del modus operandi y otros detalles relacionados con la escena del
crimen, sólo los podía conocer la mente asesina. Si usted está leyendo esto y
es abogado penalista, por favor, póngase en contacto conmigo, le necesito, me
piden veinte años de cárcel.