miércoles, 22 de mayo de 2024

ALEA JACTA EST (Relato incluído en la antología "Cuentos sobre la corrupción")

 

En esta antología de "Cuentos sobre la corrupción" publicada por la editorial peruana "El gato descalzo" se incluye uno de mis relatos "Alea jacta est", texto que quedó finalista en el VII Concurso Relato Breve Projecte LOC/ Ayuntamiento de Cornellá. 
 
El libro de "Cuentos sobre la corrupción" está ilustrado por Raúl Ostos, al que corresponde el dibujo que acompaña a este relato.
 
ALEA JACTA EST
 
En la noche romana, el cortejo fúnebre mantenía la procesión con su orden establecido; así, al lecho mortuorio le precedía, en primer lugar, el séquito de músicos que tocaban instrumentos de viento. Seguían los portadores de antorchas, luego las plañideras que lloraban y lanzaban gritos de dolor. Tras las plañideras, los bailarines que danzaban y los mimos que imitaban los comportamientos que había tenido el muerto en vida. De inmediato, desfilaban los que representaban a los antepasados del finado, cubriéndose el rostro con las máscaras de aquellos, vestidos con sus prendas y llevando las insignias de los cargos y honores que habían ostentado en vida. A continuación, los líctores de ropas negras portando las fasces. Y, por fin, el carro que transportaba al cadáver encajado en un féretro descubierto. Tras él, los familiares enlutados. Las mujeres de la parentela, sin joyas y con los cabellos sueltos, proferían gritos de dolor que se unían a las de las plañideras. Sempronia, la hija del difunto, llevaba la cabeza tapada, como era tradición durante las pompas.
 
La procesión se detuvo al pasar por el Foro. las plañideras callaron y una de ellas cantó la nenia, el desgarrador cántico fúnebre, al son de la tibia. Unos esclavos de la familia bajaron el féretro de la carreta y lo sujetaron en posición vertical. Como era costumbre, el pariente masculino más anciano realizó la laudatio. Recordó los antecesores del extinto y relató las acciones importantes del perecido acometidas en vida, omitiendo deliberadamente aquellas más controvertidas. Enojada por aquel silencio cobarde, tomó la palabra, rompiendo el protocolo, Licinia Crasa, la viuda. Los parientes, adivinaron lo que iba a hacer y trataron, infructuosamente, de hacerla callar. Aún permanecía fresca la sangre de los tres mil partidarios del fallecido masacrados en el monte Aventino y era imprudente reivindicarlo en su gesta política.
 
-¡Romanos -los guardas que custodiaban el Foro y los pocos transeúntes que deambulaban en aquella noche, prestaron atención-: He aquí el cuerpo de Gayo Sempronio Graco, Tribuno de la plebe! ¡Miradle! Todos lo conocíais y todos sabéis cuánto amaba a Roma, a la República de Roma. Sí, República, porque eso es lo que es o debería ser Roma, una República de ciudadanos libres regidos por las leyes que ellos mismos se otorgan. Somos una excepción en el mundo, fuera de los límites de nuestra civilización tan sólo hay tiranía y barbarie. Muchas veces me recordó, mi esposo, esta verdad y la obligación que teníamos de defender a la República en beneficio del pueblo, defenderla del enemigo interior, de la aristocracia senatorial corrupta que ha comprado voluntades y ha envilecido las instituciones. Mi pariente, en un exceso de prudencia, se ha olvidado de citar las altíus gesta por la que será recordado mi esposo. No tengo tiempo ahora para nombrar todas las leyes beneficiosas que impulsó. Basta decir que lo llora, y lo llorarán, no sólo el pueblo hambriento al cuál aseguró su ración de pan a un precio módico, sino, también, el veterano licenciado de la legión al que, tras luchar por Roma contra los bárbaros, se le entregó una parcela de tierra con la que alimentar a su familia a fin de que no vagara como un pordiosero; así como aquellos que se beneficiarían, latinos e itálicos, con la extensión de la condición de ciudadano y el derecho de sufragio. Reformas que enumero por citar tres entre otras muchas leyes justas que defendió. Mi marido hizo inclinar el fiel de la balanza a favor de la mayoría de los ciudadanos en detrimento de una oligarquía corrupta, cruel, avariciosa e insaciable. Y pagó con su vida la lealtad y compromiso con el pueblo de Roma. Su último acto, cuando advirtió que había perdido en su apuesta por la dignidad y el Derecho y que la reacción sofocaba a sangre y fuego cualquier atisbo de reforma, fue pedirle a su fiel esclavo Filócrates que acabara con su vida, en el bosque de Furrina, en las laderas del monte Janículo. Me quedo con el orgullo de haber sido su esposa y con la seguridad de que su nombre no caerá en el olvido por muchos que sean los siglos que transcurran. Allá dónde se halle la mayoría oprimida por unos pocos, el ejemplo de Gayo Sempronio Graco reverberará en la memoria de las gentes, insuflándoles valor para enfrentarse a la tiranía, por cruel que ésta sea.
 
***
-¿Qué tenemos aquí? -preguntó el ingeniero al encargado. 
 
Las lámparas alumbraron la zanja -aquellas operaciones era mejor llevarlas a cabo en horas nocturnas- iluminando una tumba antigua que contenía osamentas.
 
-Unos restos -respondió el encargado. -Puede que una necrópolis.
-Città di merda! -renegó el ingeniero, que estaba de pésimo humor por haberse levantado de la cama para contemplar un agujero colmado con vetustos huesos humanos. Roma era una pesadilla, cualquier hoyo que se abriese, por pequeño que fuera, destapaba algún vestigio arqueológico.
 
El ingeniero tomó su móvil y llamó a su superior en la empresa. “Cazzo! Che cosa sucede?”, le respondió una voz cavernosa. El ingeniero planteó la situación: si avisaban a los responsables municipales del patrimonio arqueológico las obras se paralizarían durante semanas, quizás meses. Pero en caso de seguir con el procedimiento habitual había que actuar aquella misma noche, con clandestinidad y alevosía. El jefe dijo que una paralización de las obras por unos “putos huesos” era impensable; la empresa y los accionistas perderían dinero y sus amigos políticos, convenientemente sobornados, se “encabronarían” al ver como las obras del metro se detenían por aquella minucia, incumpliendo los plazos acordados y sin estar a punto para ser inauguradas durante la precampaña electoral. La voz respondió que ya sabía lo que debía hacer. El ingeniero, tras asentir, le comunicó las instrucciones al encargado con un escueto: “Va fan culo!”.
 
El camión hormigonera vomitó su papilla de mortero sobre la cavidad. Unos pocos operarios contemplaron la escena, entre ellos, Mamadou, un joven de Mali, que trabajaba para la subcontrata que realizaba las obras.
 
Mamadou regresó a su domicilio, un humilde apartamento en un polígono de viviendas degradadas, en el extrarradio de la ciudad. Antes de acostarse contempló con embeleso la moneda de oro que había extraído del interior de la calavera y que él ignoraba que era el óbolo con el que se pagaba al barquero Caronte para transportar a las almas al otro lado del río Estigia, en el reino de los muertos. Con más cuidado aún examinó el trozo de mármol que había tomado de la tumba y en el que se podía leer inscrito un nombre, que repasó con las yemas de sus dedos: “Gayo Sempronio Graco”. ¿Quién fue aquel tipo? ¡qué más da! Aquel resto arqueológico era una evidencia, un as en la manga, con el que presionar a su empresa para que le contratara legalmente, requisito indispensable para obtener la residencia en Italia. En el caso de que se negaran, disponía de una prueba para denunciarles ante las autoridades por atentado contra el patrimonio. Pero la apuesta podía salirle mal, fatal, incluso; ¿acaso no había escuchado comentar a los compañeros más veteranos que la subcontrata estaba controlada por la mafia? No sería la primera vez que se encontraba el cuerpo de un indocumentado, asesinado a orillas del Tíber, ante la indiferencia general.
 
El joven buscó el amparo de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Extendió la esterilla de oración y se postró mirando hacia La Meca, luego se levantó y rezó con las palmas de las manos vueltas hacia arriba. Terminó la plegaria, había que tomar una decisión: ¿Qué hacer? Y Mamadou se jugó su destino a cara o cruz; con ansiedad, lanzó la moneda de oro al aire. Alea jacta est.


CUENTOS SOBRE LA CORRUPCIÓN

Antología de "Cuentos sobre la corrupción" publicada por la editorial peruana "El gato descalzo" se incluye uno de mis relatos "Alea jacta est", texto que quedó finalista en el VII Concurso Relato Breve Projecte LOC/ Ayuntamiento de Cornellá. El libro viene ilustrado por Raúl Ostos.

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