El medio argentino El País Digital ha publicado mi cuento "¡Silencio, se rueda!".
En
otras circunstancias, la directora habría observado al grupo de sesenta y cinco
gitanos famélicos con infinito asco, pero verlos ataviados con trajes folclóricos
andaluces, produce en Leni Rienfenstahl un hondo y extraño regocijo en su alma
de artista. “¡Son perfectos!”, se dice para sí misma, aunque logra esconder esa
emoción con férrea disciplina, cualidad que ha guiado toda su vida:
-¿Por qué están tan desmejorados?
–pregunta la directora a herr Müller, el productor ejecutivo de su película.
-¡Están en los huesos!
-¿Y qué esperaba? Los hemos sacado del
campo de concentración de Maxglan
–se excusa el productor.
Leni se acerca al grupo de gitanos presos
que esperan en formación a que la directora pase revista.
-¡Menudas caras! ¡Con este material no puedo
hacer nada! –exclama la directora
enfurecida.
-¿No irá a devolverlos? ¡Con lo que me ha
costado conseguirlos! No nos los querían ceder. He tenido que pelearme con las
SS en pleno, decían que les parecía una aberración utilizar infrahumanos para
hacer de figurantes en una película alemana. Sólo lo autorizaron cuando les
recordé que usted era amiga personal de Hitler y que si se negaban a prestarnos
el personal que les solicitábamos, nos quejaríamos al mismísimo Führer.
-Usted, ¿ha comido hoy? –se dirige la
directora a uno de los extras.
-No, señora.
-Müller, esto es intolerable, ¿cómo se
atreve a tener a mis actores en ayunas? Quiero que coman. Dentro de tres días
empezamos a rodar, los quiero ver lozanos, lustrosos. Cébelos como a puercos si
es necesario.
-Frau Rienfenstahl, ejem… -carraspea herr
Waldheim, el enviado por el doctor Goebbels para supervisar el rodaje.
-¿Y a usted qué le pasa ahora? –le
responde la directora, enérgica.
-Son gitanos, no entiendo tanta
delicadeza.
-La directora de la película soy yo, usted
está aquí para espiarme, ¡así que cállese!
-Eso que dice no cierto, me envían desde
el Ministerio para recabar las necesidades del rodaje y facilitárselas.
-Mire
usted, no soporto la fealdad. Nunca haría una película con gente enferma.
Yo manejo y trato a mis actores como considero.
No, Leni no se va a achicar, hace años que
quiere rodar esa película y no va a dejar que ningún correveidile se entrometa
en su proyecto. Leni sabe que tiene a Goebbels en contra. Lejos quedó su
amistad íntima con el Ministro de Propaganda del Reich, en los tiempos en que
ella rodó los documentales El triunfo de
la voluntad y Olympia. Con la
guerra en marcha, Goebbels considera que la producción cinematográfica alemana
ha de servir para elevar la moral de combate de la población, cada película
debe ser un arma más del arsenal nazi. Tiefland,
la película que se propone rodar Leni, le parece al Ministro un capricho de
niña mimada, un derroche inexcusable de recursos y celuloide. Goebbels no la
entiende, él no es un artista, es un burócrata.
Para Rienfenstahl el arte es una sublime y pura emanación del espíritu
humano de una dimensión que está muy por encima de las mezquindades mundanas y,
especialmente, de la política. El arte se justifica por sí mismo, no tiene más
juez que el logro estético, se halla más allá del bien y del mal y de las
plebeyas consideraciones morales. Es por ello que políticos y artistas hablan
idiomas diferentes y nunca se entenderán, están destinados a chocar unos contra
otros.
La escena está lista para ser rodada al
pie de los Dolomitas, que sirven como excelso telón de fondo de la tragedia.
Leni supervisa los últimos retoques en el guion, basado en el drama “Terra
Baixa” de Àngel Guimerà, con aportaciones propias y elementos traídos del libreto
de Eugen d’Albert, adaptación
operística de la obra teatral. Albert tomó el drama rural de Guimerà y
rebautizó a Manelic, el pastor protagonista,
como Pedro, a la vez que reconvertía
a los payeses catalanes de los Pirineos en gitanos andaluces. Desde que
Merimée fijara con su Carmen
en el imaginario europeo la estampa romántica y tópica de lo hispano,
todos los españoles pasaron a ser andaluces, flamencos, toreros, gitanos y
bandoleros. La diversidad hispana reducida a un burdo estereotipo plagado de
ilusorio exotismo. Leni conoce la falsedad que encierra ese manoseado mito,
pero ella también está dispuesta a perpetuarlo, al fin y al cabo, el artista no
puede ser ajeno a las expectativas de su audiencia y el gran –e ignorante-
público alemán identifica a los españoles con
una nación de gitanos andaluces. Sí, en su película no van a faltar las
castañuelas ni los trajes de volantes. El rigor bien puede quemarse como el
incienso ante el altar del propósito comercial.
Leni relee texto y repasa con las yemas de sus
dedos las líneas de la escena que va a rodarse. Un buen guion es el cimiento de
una buena película. La contraposición que describe el libreto entusiasma a la
cineasta. Por un lado, la “tierra alta”, la montaña, en la que sus habitantes
endogámicos, elementales, directos y sin dobleces, brutos hasta la violencia,
pero nobles; se oponen, por contraste, a la “tierra baja” del valle poblada por
gentes refinadas, envilecidas por el confort
e hipócritas hasta la náusea.
La autenticidad del medio rural versus
la decadencia de la ciudad; el pueblo esencial y puro en pugna con la
corrupción de las gentes urbanas, mestizas y cosmopolitas; simbolizados,
respectivamente, en los personajes del pastor Pedro y el hacendado Don Sebastián,
ambos en disputa por el amor de la gitana Marta, papel interpretado por la
propia Riefenstahl.
“¡Silencio, se rueda!”, ordena la
directora, megáfono en mano.
Anna Blach, una gitana quinceañera, atractiva y ágil, hace del doble de Leni en
la escena en que Marta debe galopar a caballo. El resultado es impecable. Leni
está entusiasmada por el desarrollo de la escena:
-Lo
has hecho de maravilla. Te concedo un deseo –se muestra Leni magnánima con la
muchacha.
-No
voy a pedirle nada para mí, pero, por favor, señora, libere a mis hermanos del
campo de concentración –le pide Ana que ha oído que la directora se tutea con
Hitler.
-Tendrás
que optar por uno –zanja la petición la directora con una media sonrisa que Ana se le antoja cínica.
La
joven amazona mira a la señora con ojos desmesurados por un estupor que va
adquiriendo la viscosidad del espanto:
-Señora,
no puede hacerme eso, no me obligue a elegir, yo los quiero a todos por igual
–replica la niña entre balbuceos.
-¿Qué
no puedo hacerte qué? –pregunta Leni, que sonríe abiertamente y se da la vuelta
para encontrar las sonrisas cómplices de herr Müller y herr Waldheim. Ana no
entiende porque sonríen, no hay nada divertido en lo que acaba de decir. –Mira,
pequeña, has de aprender que en esta vida no se puede tener todo. Tendrás que
elegir.
-Señora…,
Ana comienza a sollozar.
-Si
para ti es un problema elegir a uno, pues no liberamos a ninguno y asunto
resuelto –añade Leni encogiéndose de hombros con gesto teatral.
-No,
por favor, ni que sea uno sólo, gracias, muchas gracias señora, disculpe –baja
la cabeza Ana, deshecha en lágrimas.
-Y
ahora, ¡largo de mi vista! Con los
problemas que me está dando este rodaje, nada más me falta soportar a una niña
llorona.
La
respuesta de la directora es devastadora para Ana, quien pasa en el barracón la
que será hasta ese momento la peor noche de su vida. La muchacha se ve
responsable de la vida de sus hermanos,
por lo que un sentimiento de culpa se apodera de su conciencia. Al escoger
a uno sólo de sus hermanos, siente que condena a muerte a los otros. Se pasa
toda la noche rota en llantos, desgarrada por el dolor. No puede hacer lo que
se le pide y condenar a los hermanos que no elija, pero tampoco puede condenar
a uno de ellos si en su mano está salvarlo. El amanecer la sorprende con los
ojos secos de tanto llorar, implorando a Dios que llegue a perdonarla por lo
que va a hacer. Al final se decide por salvar al más pequeño de ellos,
considera que los otros, por tener más edad, tendrán más posibilidades para
valerse por su cuenta y sobrevivir.
Al día siguiente, se alista una nueva
escena. La directora se impacienta con los preparativos. Ana se acerca trémula
a Leni para entregarle el papel con el nombre de su hermano:
-Señora…
-¿Qué pasa? –le responde la directora con
mal tono.
-Disculpe, el nombre de mi hermano
–informa la muchacha bajando con gesto humilde la cabeza.
Leni se guarda con desdén la nota en un
bolsillo de su pantalón. La directora empuña el megáfono y ordena: “¡Silencio,
se rueda!”,
Otra
de las extras, la gitana Zäzilia Reinhardt, amiga, compañera y confidente de Ana, sobrevivió al Porraimos (en romaní “la devoración”),
el Holocausto de los gitanos europeos a manos de los nazis. Zäzilia pudo dar
testimonio de lo que ocurrió. Ana y sus hermanos se disolvieron en un silencio
eterno de humo y ceniza, en Auschwitz.
https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/literatura-desde-casa-silencio-se-rueda/28503
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