lunes, 10 de septiembre de 2018

SOÑAR TU NOMBRE (PRÓLOGO)



'Y el verbo se hizo carne…

“Veo cosas maravillosas”. Éstas fueron las únicas palabras que atinó a pronunciar un sobrecogido Howard Carter cuando se asomó al interior de la tumba de Tutankhamón y contempló el fastuoso ajuar funerario que acompañaba al faraón en su último viaje.

Si refiero aquí esta anécdota histórica es porque a mí me sucedió una experiencia similar cuando leí por primera vez los poemas de Amelia de Querol Orozco. Ambos compartíamos sendos blogs en un portal literario en internet, denominado “Libro de arena”, en el que un servidor perpetraba sus pinitos literarios sin destacarse mucho de la tónica general, de la aurea mediocritas que se enseñoreaba del portal; cuando, de repente: ¡Amelia! Supongo que me restregué los ojos, no me lo podía creer, ¿qué hacía aquella poeta excelsa entre nosotros, vulgares destripaterrones del verbo? Cuando pude hablar con ella y supe que no tenía obra editada, aumentó mi asombro. ¿Cómo era posible? ¿Es que los editores estaban ciegos?

Han pasado ya algunos años de aquel inicial y bendito estupor y, tras una primera incursión editorial con su libro “En los Arrabales del Alma”, la autora alumbra ahora este “Soñar tu nombre”, y me pide que le haga el prólogo. ¿Pero qué prólogo le voy a redactar si ni siquiera puedo describir aquel fulgor inicial? Yo, que no soy experto en poesía, que soy apenas un lector entre muchos. Pero Amelia es una amiga de esas que te llegan al alma y sería una impiedad negárselo. Vaya aquí, pues, mi humilde prólogo y sea el lector benévolo conmigo.

Por continuar con el símil, nuestra poeta es, definitivamente, un tesoro por descubrir. En su rinconcito peninsular, en su flaubertiana torre de marfil –o quizás se trate de un faro-, nos aguarda en un finis terrae de lo prosaico para bañarnos con el indómito vaivén de sus versos como olas. Sus poemas están esperando un beso del lector que la libere de todas las maldiciones que han opacado a su obra. En unos tiempos en que todo el mundo es poeta y puede autopublicarse y en el que, por otra parte, los nombres propios de la lírica deben más a su talento con las relaciones públicas que a su mérito como bardos, las composiciones de Amelia nos reconcilian con la poesía, con lo que ésta tiene de exigente, de excepcional, de musical, de maravilloso. Ella dignifica el género con su calidad y nos demuestra una verdad incontrovertible: que la poesía, para merecer tal nombre, sólo admite la excelencia.
A la conquista de la excelsitud hay señalar otra tarea a la que esta poeta se emplea con denuedo en estos tiempos malos para la lírica: se trata de la consecución de la estética entendida como una condición sine que non y casi como una provocación, como un desafío a tanta poesía falsamente moderna que ha renunciado a crear belleza. Excelencia, estética y ritmo, la tercera nota de su pentagrama. Las composiciones de este poemario son de verso libre, pero el ritmo de metáforas, de imágenes, de ideas, es innegable, como lo es su eufonía. Antes de arar en el campo fértil del verso libre, Amelia cultivó con esforzado empeño el verso métrico y parte de ese aroma se mantiene en su obra con una fragancia clásica escarchada con algún cultismo, porque el cuidado del léxico, ha sido, también, otra de sus preocupaciones. Una poesía trabajada, mimada verso a verso, pero que no debe intimidarnos, pues la autora ha sabido dotarla de frescura. Es asombroso como ha logrado combinar el rigor en la composición, su preocupación por la estética y la transformación plástica del lenguaje, con la fluidez y la modernidad del resultado. Sus poemas, pulcros y cuidados, son también claros y directos, y emocionan a quién los lee o escucha de una manera inmediata y epidérmica, sin necesidad de mayor análisis ni comprensión, sin precisar estar familiarizado con el lenguaje poético que, por otra parte, ella domina. Sus versos traspasan los arrabales y alcanzan el centro de nuestra alma sin casi esfuerzo por nuestra parte.

Acotado lo formal, abarquemos lo temático. El sentimiento amoroso, su pasión, su locura y su ensoñación han perturbado desde el inicio de los tiempos el espíritu humano; ahí tenemos el Cantar de los cantares como luminoso y arcano ejemplo. Casi podríamos afirmar que la poesía nació romántica. Amelia, artista y poeta de múltiples registros, recala en la ensenada del poema romántico tras surcar otras temáticas; recordemos que su primer poemario En los arrabales del alma glosó, con valentía y sensibilidad, las cuestiones sociales entendidas en su clave más humana.

Creo que tras los ríos y mares de tinta vertidos, aportar algo novedoso a la poesía romántica era casi una misión imposible. Se precisa ser una gran poeta, como es el caso, para que la exaltación en versos del sentimiento amoroso no nos resulte ya dicha y hasta relamida. Por el contrario, no hay una gota rosa ni cursi ni tópica en las páginas de Soñar tu nombre. Su lectura es casi como si nos devolviera a esa adolescencia, más ideada que vivida, en que el mundo y las experiencias tenían el encanto de lo inaugural. Hay mucho de iniciático en los versos que siguen.

El amor, desde la espiritualización hasta lo carnal, desde la realidad al deseo, desde la alegoría hasta el erotismo más sutil. Un amor platónico (“Aún no”), sensual (“Al abrigo de tu cuerpo”), ingenuo (“Escenas de otoño”), maduro (“Sepias en el paisaje de tu piel”) anhelante (“Sin tus azules”), ilusionado (“Y fue tan dulce el beso”), en la distancia (“El quicio de la despedida”)… y hasta el desamor, la cruz amarga que complementa el reverso de la dicha (“Desaparecerme”). Amor femenino de mujer completa y unívoca. El amor como experiencia poliédrica y transformadora -porque quien ama ya no vuelve a ser la misma persona- se condensa en el poemario que el lector tiene ante su mirada. Un poemario que es un pasaporte a la emoción.

Queda hablar de la poeta como persona y de la suerte inmensa que he tenido al conocerla. En alguna ocasión he escuchado decir que los poetas son seres especiales capaces de transformar en belleza las experiencias dolorosas que jalonan la vida. Un aserto que se desnuda de retórica y que se cumple en el caso de nuestra Amelia, quien ha respondido al plomo de crueles tragedias creando y regalándonos belleza. Y, lo que es más importante todavía, ningún daño, ninguna herida, por inconmensurable que haya sido, le ha impedido seguir creyendo en el amor y en su victoria.'

Héctor Daniel Olivera Campos
(Barcelona, 2018)

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