La editorial argentina "Las musas despiertas" ha incluido en la antología "Los escritores dicen" mi microrrelato
sábado, 29 de agosto de 2020
GRUPO DE AUTOAYUDA
lunes, 24 de agosto de 2020
EL PREMIO
El fanzine "Todos nosotros" ha publicado mi relato
EL PREMIO Braulio era un asiduo participante en toda clase de certámenes literarios, ardua labor que le había granjeado una fama modesta y un puñado de premios, aunque ninguno de ellos realmente importante. Rastrear las páginas de internet que daban cuenta de los diversos concursos se había convertido en una afición que le ayudaba a conllevar su vida solitaria y patética. Conocido por el sobrenombre de pluma agil por su capacidad para saltar de un registro a otro, del humor al drama y de un género a otro –romántico, terror, cómico, social, etc- , había concurrido a los certámenes más variados, habiendo cosechado sus mayores triunfos en lo que él denominaba “literatura agropecuaria”; Así, era el flamante ganador de los premios “Lenteja de Tierra de Campos”, “Ajos de Pedroñera”, “Arroz de Calasparras”, “El Grelo enamorado”, y “Glosas a la alcaparra”. Braulio, pues, se presentaba a los concursos más variopintos, excepto a los que se convocaban fuera de España o a los que no estipulasen remuneración. Una tarde, al consultar la página Escritores.org. reparó en la convocatoria de un certamen de relatos de terror cuyo premio consistía en una placa y un certificado. El primer impulso de Braulio fue descartar el concurso y pasar a evaluar el siguiente de la lista, pero le llamó la atención el nombre de la asociación convocante: Z.O.N.A, siglas que correspondían a Zombis Originales No-muertos y Asociados. “¡Qué cachondos estos friquis! Hay que ver el nombre que se han puesto”, se dijo el escritor. La coletilla “y Asociados” le sonaba a bufete de abogados pijos. No había dinero de por medio, pero Braulio pensó en que una placa de reconocimiento quedaría muy bien en su estudio, en el anaquel junto a los demás trofeos concedidos. Las bases incluían un número de teléfono al que llamar para despejar cualquier duda y la cláusula más extraña que había leído jamás: Quedaban excluidos aquellos concursantes que tuvieran una talla menor a la XL. -Hola, buenas tardes, llamo porque estoy interesado en concursar en vuestro certamen: -Estupendo, hermano –la voz gutural que respondía desde el otro lado del hilo telefónico parecía haber sido vomitada desde el mismísimo infierno. -Sí, esto… -“¡Joder, como se lo curran! Si hasta emplean un distorsionador de voz”, no pudo menos que decirse un desconcertado Braulio-. La placa de reconocimiento del galardón, supongo que es metálica. -Negativo. Es mármol cincelado semejante a una lápida mortuoria. -¿Mármol del bueno? -De Carrara. Aquí no estamos para coñas y si usted lo está, le rogaría que cuelgue y no nos haga perder más el tiempo. -Les creo, no se preocupe. El certificado es el diploma de participación, ¿no? -Negativo. Es un certificado de defunción expedido por uno de nuestros vivos asociados, un catedrático de medicina que apoya nuestra causa –“Siguen con el cachondeo hasta sus últimas consecuencias”, se dijo un asombrado Braulio. -No entiendo la cláusula de la talla. -Atañe a una cuestión de organización interna que no puedo revelarle. ¿Acaso es usted enclenque? -No, si uso la XXL. -Bienvenido –se despidió la voz siniestra y cortó la comunicación. Braulio mandó un relato de humor negro titulado “Zombi busca novia” en el que narraba las desdichas de un zombi bueno al que la sociedad de los vivos margina y le hace la no-vida imposible. Tres meses más tarde, el escritor recibía un correo electrónico por el que se le anunciaba que había resultado ganador del certamen y lo citaban la noche del treinta y uno de octubre a las puertas del cementerio capitalino para entregarle el premio. “Hay algo extraño en la zona de los mausoleos”, avisó al guarda del camposanto uno de los deudos que había acudido a depositar flores a la tumba de su ser querido aquella mañana del uno de noviembre, fiesta de los difuntos. “¡Ya estamos!”, renegó el sepulturero. No era la primera vez que niñatos adictos a lo siniestro celebraban la fiesta del Halloween en el interior de la necropolis tras saltar la tapia con nocturnidad y alevosía. Botellones que lo dejaban todo hecho un asco, y suerte si no les daba por mutilar estatuas fúnebres o hacer pintadas con cruces invertidas o inscribir las cifras 666 por doquier. La tenían tomada con la zona de los mausoleos, la más antigua y menos vigilada y, también, la más tétrica y gótica, con sus panteones y sus ángeles de la muerte custodiando los sepulcros decimonónicos. En esta ocasión, todo era diferente. Había un montón de tierra removida en lo que parecía ser una tumba recién excavada en el suelo. En la cabecera de la aparente fosa, apuntalada con piedras, se erguía una lápida en precario equilibrio. Grabada sobre el mármol, la siguiente leyenda: “A Braulio, justo ganador del Primer Certamen de Relatos de Terror ZONA. En recuerdo de nuestra comida de hermandad. 31 de octubre”. “¡Pero qué cojones es esto!”, exclamó el guarda del cementerio que marchó en busca de una pala. A pocos centímetros del suelo, en una cavidad tosca y angosta, el enterrador descubrió un esqueleto del que pendían cartílagos y algunos jirones de carne. Por un certificado de defunción insertado entre las costillas se pudo identificar los restos como pertenecientes a Braulio, el escritor homenajeado.CHICA BUSCA CHICO
CHICA BUSCA CHICO
El anuncio publicado en la sección "Chica busca chico" no podía ser más claro -o al menos eso me pareció a mí-; a la fotografía de una exhuberante jamona en una pose sugerente -una de esas imágenes que se suelen calificar de alto voltaje sexual- le acompañaba el siguiente reclamo: "Busco un hombre que me haga lo que ya no me hace mi marido". Dudé antes de llamar al teléfono indicado con la sospecha de que quizás se tratase de una buscona profesional a la caza y pesca de clientes. También mi calenturienta imaginación fantaseó con la posibilidad de encontrarme con una de esas maduritas de buen ver que, malcasadas con un cabestro apático, hastiadas de rutina sexual y tedio matrimonial, incursionan en las redes sociales en busca de relaciones extramatrimoniales sin compromiso.
Puedo afirmar con rotundidad que el anuncio era honesto, una voz melosa me confirmó que, en efecto, aquella mujerona buscaba a un hombre que le hiciera lo que ya no le hace su marido; a saber: pintarle el salón, instalarle unos enchufes, cambiarle un portalámparas y colocarle unas estanterías.
Publicado en la "Revista Falsa", número 2.
viernes, 7 de agosto de 2020
JUBILETA
En la web de Períodico poético han publicado mi relato "Jubileta".
JUBILETA
-¡Putos jubiletas!- El obrero lanzó la frase con rabia mientras
observaba desde la terraza del bar al viejo sentado en el banco frente a la
zanja.
-¡Ya estamos! ¡Joder! A ti que más te da. No hacen daño a nadie
-le replicó su compañero.
-¡Mire! ¿A usted le parece normal? –interrogó el primer albañil al
camarero que acababa de servirle un bocadillo de lomo con queso.
-¿El qué?
-El jubileta ese. Lleva toda la mañana así, montando guardia,
mirando yo que sé qué coño mira, porque si al menos le diera de comer a las
palomas, ¡vale! Pero no, está ahí sentado, mirando y mirando, controlando la
nada.
-No es del barrio –informó el camarero.
-Perdoné usted, aquí Julián, mi compañero –intervino el segundo
operario-, no soporta a los jubiletas que se pasan todo el día fisgoneando las
obras.
-¡Joder Matías! –atajó Julián- Es que yo no sé qué cojones miran.
Ahora mismo, por ejemplo: somos dos tíos; yo con el martillo percutor
destrozando la acera y tú con la pala recogiendo los escombros de la zanja.
¿Qué interés tiene contemplar algo así? Ninguno, ¿verdad? Pues ya tenemos
plantificado al puto jubiletas de turno. Hay días en que apenas nos ven colocar
las vallas y ya comienzan a merodear como hienas. Me irrita trabajar con sus
miradas pegajosas cosquilleándome el cogote. Sus ojos acuosos rastreando mis
movimientos, oscilando a cada gesto, fiscalizándote incansablemente.
-Se aburrirán. Algunos habrán trabajado en la construcción y
sentirán curiosidad por ver como se trabaja ahora –apuntó el camarero con un
tono de voz que delataba que el tema no le interesaba lo más mínimo.
-¡Qué coño! Es puro… -Julián buscó el término- fetichismo. Es algo
inexplicable. Si por algo tengo deseos de jubilarme es para no tener que volver
a ver una obra en mi vida. Si estuviera en su lugar marcharía a Benidorm a
bailar los pajaritos o lo que fuese, cualquier cosa antes que lo que hace ese
viejales que hasta le he visto tomar notas en una libreta y cronometrarme el tiempo
que estoy dándole con el martillo.
-No puede ser, eso último te lo inventas –le espetó Matías.
-Te lo juro por la salud de mis hijos. Tomaba notas y controlaba
el tiempo.
-Macho, estás paranoico –remató el compañero.
-No te miento.
-¡Ya está bien, Julián! Déjalos en paz. La mayoría están solos,
sus hijos no los visitan, cobran una pensión de asco y las fuerzas les fallan.
¡Un poquito de empatía por favor! Tú y yo también llegaremos a viejos si no nos
morimos antes.
-Matías –Julián cesó el martilleo neumático.
-¿Qué?
-He visto entrar al jubileta en el edificio con un carrito de la
compra.
-¿Y qué?
-El del bar dijo que no lo tiene visto, que no es del barrio. Me
parece raro.
-Vivirá en el bloque algún familiar suyo, ¿qué más da? Tú sigue
picando.
Veinte minutos más tarde el anciano emergió del edificio. Julián
se preguntó porqué estaba sonriendo, ¿se reiría de él? Interrumpió el martilleo
y estaba dispuesto a soltarle alguna impertinencia con la que extirpar aquella
sonrisita idiota, cuando el viejo se le adelantó y le dijo:
-Gracias.
Y el anciano desapareció empujando su carrito con paso lento.
-Os anda buscando la policía –anunció el camarero a los obreros
tras tomarles la nota.
-¡Qué cachondo eres! –dijo Matías.
-Hablo en serio. Ayer robaron en el edificio frente al cual estáis
abriendo la zanja. Los policías dijeron que vendrían a preguntaros por si
habías visto algo sospechoso y a mostraros unas fotografías.
-¿Y qué robaron? –inquirió Julián.
-En el segundo piso hay un taller de joyería.
-No tiene ningún cartel –reparó Matías.
-No, no lo tiene –corroboró el camarero-. El dueño del taller se
ausenta todas los días a la una de la tarde, un par de horas, para almorzar y
estar con su anciana madre. Los ladrones aprovecharon ese momento para reventar
con explosivos la puerta de seguridad del local y la caja fuerte. Según me dijo
el joyero, usaron la carga mínima y la colocaron en los lugares exactos para
descerrajar los puntos de seguridad. Fue un trabajo fino, cosa de
profesionales.
-No puede ser. ¡A plena luz del día y con explosivos! ¿Y los
vecinos no oyeron nada? –se cuestionó Matías, incrédulo.
-Los vecinos, claro que no oyeron nada. Vuestro martilleo hace un
ruido infernal, sin duda amortiguó el estruendo.
-¡El jubileta, coño! –Julián se alzó gritando de la silla- ¡Ha
sido el jubileta!