lunes, 24 de agosto de 2020

EL PREMIO

 El fanzine "Todos nosotros" ha publicado mi relato

EL PREMIO Braulio era un asiduo participante en toda clase de certámenes literarios, ardua labor que le había granjeado una fama modesta y un puñado de premios, aunque ninguno de ellos realmente importante. Rastrear las páginas de internet que daban cuenta de los diversos concursos se había convertido en una afición que le ayudaba a conllevar su vida solitaria y patética. Conocido por el sobrenombre de pluma agil por su capacidad para saltar de un registro a otro, del humor al drama y de un género a otro –romántico, terror, cómico, social, etc- , había concurrido a los certámenes más variados, habiendo cosechado sus mayores triunfos en lo que él denominaba “literatura agropecuaria”; Así, era el flamante ganador de los premios “Lenteja de Tierra de Campos”, “Ajos de Pedroñera”, “Arroz de Calasparras”, “El Grelo enamorado”, y “Glosas a la alcaparra”. Braulio, pues, se presentaba a los concursos más variopintos, excepto a los que se convocaban fuera de España o a los que no estipulasen remuneración. Una tarde, al consultar la página Escritores.org. reparó en la convocatoria de un certamen de relatos de terror cuyo premio consistía en una placa y un certificado. El primer impulso de Braulio fue descartar el concurso y pasar a evaluar el siguiente de la lista, pero le llamó la atención el nombre de la asociación convocante: Z.O.N.A, siglas que correspondían a Zombis Originales No-muertos y Asociados. “¡Qué cachondos estos friquis! Hay que ver el nombre que se han puesto”, se dijo el escritor. La coletilla “y Asociados” le sonaba a bufete de abogados pijos. No había dinero de por medio, pero Braulio pensó en que una placa de reconocimiento quedaría muy bien en su estudio, en el anaquel junto a los demás trofeos concedidos. Las bases incluían un número de teléfono al que llamar para despejar cualquier duda y la cláusula más extraña que había leído jamás: Quedaban excluidos aquellos concursantes que tuvieran una talla menor a la XL. -Hola, buenas tardes, llamo porque estoy interesado en concursar en vuestro certamen: -Estupendo, hermano –la voz gutural que respondía desde el otro lado del hilo telefónico parecía haber sido vomitada desde el mismísimo infierno. -Sí, esto… -“¡Joder, como se lo curran! Si hasta emplean un distorsionador de voz”, no pudo menos que decirse un desconcertado Braulio-. La placa de reconocimiento del galardón, supongo que es metálica. -Negativo. Es mármol cincelado semejante a una lápida mortuoria. -¿Mármol del bueno? -De Carrara. Aquí no estamos para coñas y si usted lo está, le rogaría que cuelgue y no nos haga perder más el tiempo. -Les creo, no se preocupe. El certificado es el diploma de participación, ¿no? -Negativo. Es un certificado de defunción expedido por uno de nuestros vivos asociados, un catedrático de medicina que apoya nuestra causa –“Siguen con el cachondeo hasta sus últimas consecuencias”, se dijo un asombrado Braulio. -No entiendo la cláusula de la talla. -Atañe a una cuestión de organización interna que no puedo revelarle. ¿Acaso es usted enclenque? -No, si uso la XXL. -Bienvenido –se despidió la voz siniestra y cortó la comunicación. Braulio mandó un relato de humor negro titulado “Zombi busca novia” en el que narraba las desdichas de un zombi bueno al que la sociedad de los vivos margina y le hace la no-vida imposible. Tres meses más tarde, el escritor recibía un correo electrónico por el que se le anunciaba que había resultado ganador del certamen y lo citaban la noche del treinta y uno de octubre a las puertas del cementerio capitalino para entregarle el premio. “Hay algo extraño en la zona de los mausoleos”, avisó al guarda del camposanto uno de los deudos que había acudido a depositar flores a la tumba de su ser querido aquella mañana del uno de noviembre, fiesta de los difuntos. “¡Ya estamos!”, renegó el sepulturero. No era la primera vez que niñatos adictos a lo siniestro celebraban la fiesta del Halloween en el interior de la necropolis tras saltar la tapia con nocturnidad y alevosía. Botellones que lo dejaban todo hecho un asco, y suerte si no les daba por mutilar estatuas fúnebres o hacer pintadas con cruces invertidas o inscribir las cifras 666 por doquier. La tenían tomada con la zona de los mausoleos, la más antigua y menos vigilada y, también, la más tétrica y gótica, con sus panteones y sus ángeles de la muerte custodiando los sepulcros decimonónicos. En esta ocasión, todo era diferente. Había un montón de tierra removida en lo que parecía ser una tumba recién excavada en el suelo. En la cabecera de la aparente fosa, apuntalada con piedras, se erguía una lápida en precario equilibrio. Grabada sobre el mármol, la siguiente leyenda: “A Braulio, justo ganador del Primer Certamen de Relatos de Terror ZONA. En recuerdo de nuestra comida de hermandad. 31 de octubre”. “¡Pero qué cojones es esto!”, exclamó el guarda del cementerio que marchó en busca de una pala. A pocos centímetros del suelo, en una cavidad tosca y angosta, el enterrador descubrió un esqueleto del que pendían cartílagos y algunos jirones de carne. Por un certificado de defunción insertado entre las costillas se pudo identificar los restos como pertenecientes a Braulio, el escritor homenajeado.

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