miércoles, 16 de diciembre de 2020

LOS FANTASMAS NO EXISTEN

 La revista Fantasmagoria Desde el más allá 2020 editada con ocasión del Festival de cine Fantástico y de Terror de Medellín (Colombia) ha publicado mi relato

LOS FANTASMAS NO EXISTEN
El conferenciante se apostó en el atril y, antes de iniciar su disertación, contempló al ralo público presente: tres personas. Una chica que consultaba su teléfono móvil y otros dos jóvenes de aspecto aburrido. No hacía falta mucha sagacidad para deducir el hecho que si habían acudido a su conferencia titulada “Los fantasmas no existen”, sería para sumar puntos con los que aprobar alguna asignatura de la Facultad de Antropología. “Siempre es así”, pensó el conferenciante, quien no se amilanó ante la escasez de auditorio.
El conferenciante se presentó y comenzó su discurso blandiendo una paradoja: “Todo el mundo sabe que los fantasmas no existen, entonces, ¿cuál es la utilidad de esta conferencia? Su razón es que hay mucha gente que sigue creyendo en ellos, la ciencia y la superstición siguen luchando por hacerse con el alma de la humanidad”.
A continuación, el conferenciante se dedicó a descartar las supuestas pruebas en la que se basaban los espiritistas para afirmar que los seres humanos entramos en otros planos de la existencia tras nuestro fallecimiento.
Las llamadas experiencias cercanas a la muerte no eran incursiones en los aledaños del más allá, sino, tan sólo secuelas causadas por la anoxia, es decir, por la falta de oxigenación en el cerebro que, entre otras consecuencias, provocaba un deterioro de la visión periférica, de ahí “el efecto túnel” que describían todos los sujetos que habían pasado por dichos trances. La afectación por falta de oxígeno del lóbulo temporal explicaría, también, las experiencias místicas y trascendentes que suelen citarse y las sensaciones de paz y bienestar vendrían dadas por la secreción de serotoninas ocasionadas en semejantes cuadros médicos.
Tampoco las experiencias extracorporales o proyecciones astrales, sensaciones de emerger del propio cuerpo, probarían nada respecto a la existencia de almas o espíritus, sino que se trataba de alucinaciones producidas, bien por ingesta de drogas, bien por estados alterados de la conciencia debidos desequilibrios químicos en el cerebro.
Las posesiones y trances espiritistas de médiums y otros sujetos, eran, en palabras del conferenciante, fraudes en los que se mezclaba teatro y números de ilusionismo o, bien, reacciones producidas en procesos de autohipnosis.
Por su parte, el déjà vu, que probaría, según los partidarios del pensamiento mágico, la reencarnación -el recuerdo provendría de vidas anteriores-; no era más que una anomalía neurológica de la formación de la memoria que sucedía cuando la mente inconsciente percibía el entorno antes que la mente consciente, recreando una duplicidad de recuerdos simultaneaos.
Todas las demás testimonios, señales y fenómenos que, supuestamente, corroboraban la existencia de fantasmas, entes, energías, etc, etc, tenían su oportuna explicación en fraudes, autogestión o histerias colectivas.
“El único espíritu que existe es el espíritu humano y su afán por alcanzar la verdad plena acerca de todas las cosas”, finalizó el conferenciante. Tan sólo la chica del móvil, que no levantó la vista del aparato durante toda la conferencia, se atrevió a aplaudir con torpeza.
Arrellanado en el asiento trasero del taxi, rumbo al hotelucho de mala muerte en el que se alojaba, el conferenciante, empleado de la LEAFA (Liga Escéptica AntiFantasmal), se preguntó por el sentido de su incansable cruzada. ¿Qué utilidad tenía recorrer un rosario de ciudades tratando de volver aún más descreídos a los puñados de incrédulos que acudían a escucharle? Hoy pasaría una noche más de soledad en una habitación de impersonal de hotel en Medellín, cerca del aeropuerto; el día anterior estuvo en Bogotá y al día siguiente volaría a Quito. Don Quijote combatía contra molinos y él contra fantasmas. Aunque, por otra parte, aquella era su misión, su cruz, su apostolado. El conferenciante exhaló un suspiro de resignación.
Ante la puerta de la habitación del hotel, la número trece, el hombre vaciló antes de introducir la llave en la cerradura. Dirigió su mirada a uno y otro extremo del lúgubre y desierto pasillo y se mordió los labios, tratando de evitar, con aquel gesto, de llevar a cabo lo que le apetecía. El corredor estaba desierto, como a él gustaba, pero quién sabe si no habría alguna cámara de vigilancia bien disimulada, que grabaría la escena, y que la cinta terminaría emitiéndose en “Cuarto milenio” o en cualquier otro programa de televisión dedicado al misterio y lo paranormal. El huésped volvió a escrutar la soledad que le rodeaba y, tras un último titubeo, se introdujo en la habitación traspasando la pared. Sí, su cruzada era necesaria; “Los mortales no deben saber que los fantasmas existimos”, susurró en voz alta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario