domingo, 16 de enero de 2022

PACTO FICCIONAL

 He quedado finalista en IX Concurso de relato breve de Cornellá/ Projecte LOC con mi texto

PACTO FICCIONAL
Germán abrió con gesto rutinario y distraído el buzón de correos de su domicilio, esperaba encontrar las consabidas copias de las facturas remitidas por las empresas de suministro, sin embargo, la correspondencia de aquella mañana se limitaba a una única misiva enviada por un bufete de abogados: “EDMUNDO CISNEROS IZAGUIRRE Y ASOCIADOS”.
“Estimado señor Germán:
Nuestro despacho legal tiene el honor de defender al autor de Membrillos en el permafrost, novela de ciencia-ficción climática que usted recientemente adquirió por internet y cuya lectura interrumpió en la página número veintisiete. Teniendo en cuenta que han pasado nueve meses desde el cese de su actividad lectora y que ha tenido tiempo de sobras para retomarla y, dado que no se halla usted enfermo ni incurre en otra causa de fuerza mayor que le impida llevar a buen término la lectura hasta la finalización de la obra; mi cliente considera, a tenor de lo descrito, que usted ha agotado, más allá de lo razonable, el plazo requerido para reiniciar la lectura y llegar hasta su conclusión en la última página.
Nuestro bufete reputa que, con su actividad lesiva, usted ha vulnerado lo establecido en las cláusulas del PACTO FICCIONAL que usted suscribió, en tanto que lector, con el autor, en el momento en que compró un ejemplar de Membrillos en el permafrost y lo perfeccionó en el instante en que usted abrió el libro por la primera página.
Nos vemos en la obligación de informarle que mi cliente tardó dos años en escribir la novela que usted desdeñó tras una escasa hora de lectura, acto que le ha ocasionado un enorme dolor por lo que supone de ataque a su profesionalidad, buen nombre y autoestima; a lo que hay que añadir la humillación de saber que, tres meses después del abandono, usted utilizó el volumen de Membrillos en el permafrost para calzar la pata de una mesa coja. Daños morales causados a nuestro cliente para los que le solicitamos el abono de un MILLÓN DE EUROS en concepto de reparación.
Le advertimos que le será inútil que niegue los hechos. Sabemos todo lo referido y tenemos pruebas fehacientes e incontestables de todo lo consignado en esta carta gracias al programa que la agencia literaria de nuestro cliente contrató con la empresa de su asistente de voz Alexia. Cada ejemplar en papel de Membrillos en el permafrost lleva insertado, oculto tras las guardas exteriores, un microchip de seguimiento que le permite conectarse con los asistentes de voz domésticos del lugar en el que radique.
En caso de que no ingrese la cantidad mencionada en un plazo improrrogable de quince días en el número de cuenta que indicamos al final de esta comunicación, procederemos a demandarle por la vía civil por incumplimiento de contrato”.
Tras unos segundos de sorpresa, Germán comenzó a carcajearse, sin duda se trataba de una broma. Seguro que había sido su amigo Adrián, se dijo a sí mismo, recordaba que le había comentado que la novela le pareció malísima y que se arrepentía de haberla comprado, seducido por unas buenas críticas en prensa que, tras una breve lectura del libro, se desvelaron como mercenarias. Llamó a Adrián y pese a su insistencia, éste le juró que no era el autor de la broma. Desconcertado, Germán escribió a la dirección de correo electrónico que aparecía en el encabezamiento de la carta, iniciando un extravagante diálogo que se alargó durante una semana:
“Estimado Señor Edmundo:
He recibido una carta dirigida a mí desde su bufete. Supongo que se trata de una broma”.
“Estimado señor Germán:
En absoluto”.
“Estimado Señor Edmundo:
Su carta me parece un despropósito y un absurdo, además, ¿qué diantre es eso del pacto ficcional? no lo había oído en mi vida.
“Estimado señor Germán:
Con mucho gusto procederé a ilustrarle: El pacto ficcional es el que se establece entre el lector, en el momento de ponerse a leer, y el autor del texto narrativo. En dicho pacto el lector, que sabe que se trata de una obra de ficción y que, por lo tanto, nada de lo que se cuenta ahí es verdad, acepta fingir que cree lo que escritor le va a narrar y se interesa por ello como si fuera cierto. Ese pacto conlleva que el lector proceda a lo que se denomina suspensión de la incredulidad y se sumerja en el sueño de la ficción. Por el mentado pacto, el lector se compromete a concluir la obra y el autor, por su parte, a mantener viva la tensión narrativa, el interés y/o el suspense, la congruencia de la trama y a inventar universos literarios y personajes verosímiles; tareas, éstas, que ha cumplimentado con rigor mi cliente en su Membrillos en el permafrost. Por lo que es usted, y no mi cliente, quien ha faltado a la bone fides, al principio de buena fe que rige en toda relación contractual”.
“Estimado Señor Edmundo:
¿Relación contractual? Que yo sepa no he firmado nada.”.
“Estimado señor Germán:
Se nota que es usted lego en Derecho. En nuestro ordenamiento jurídico basta que interceda el mutuo consentimiento sobre el bien objeto del contrato para que se establezca la vigencia de una relación contractual, que puede darse de forma tácita -como es el caso- o explícita. El que un contrato se ponga por escrito no es, pues, requisito sine qua non para la existencia del mismo, salvo que lo pida una de las partes, a efectos de registro público o por ministerio de la ley.”
“Estimado Señor Edmundo:
Me está troleando. No pienso pagar un céntimo. Váyase a la mierda (se lo digo explícitamente).”
“Estimado señor Germán:
Su exabrupto carece de relevancia jurídica. Procederemos a poner una demanda contra usted. Nos vemos en los estrados.”
Llegó el día en que el juez dictó sentencia: Por un lado, desestimaba la petición pecuniaria por considerar invaluable el daño moral causado al autor y por no existir jurisprudencia orientativa al respecto -aunque establecía, eso sí, que el libro dejara de calzar la mesa y reposara en un lugar más decoroso-. Por otra parte, admitía la existencia del pacto ficcional y daba por probado su vulneración por parte del lector. Y dado que, según el Juez, “pacta sunt servanda” (lo pactado obliga a las partes); se condenaba a Germán, bajo el apremio de que sus bienes serían embargados en caso de incumplimiento, a terminar de leer la novela y a acudir a diez presentaciones de Membrillos en el permafrost, en las que debería ejercer el papel de claca, levantándose a aplaudir con entusiasmo tras cada parlamento del autor mientras profería gritos de “¡Bravo, bravo, genio, genio!” y similares.

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