martes, 4 de febrero de 2020

PROTOCOLO ARMAGEDÓN

—No me mate, señor Presidente.
—Que alguien le tape la boca. Así, amordazarlo. Valor y coraje, señor
presidente. ¡Mátelo!
—No puedo, ¡por Dios, es Jimmy! He jugado al golf decenas de veces con este tipo.
Me acompañaba a todas partes.
—Era su trabajo, cuando se presentó voluntario al puesto asumió la eventualidad de
que esto pudiera pasar.
—Pero es que... ¡es el jodido Jimmy! El oficial del maletín. ¿No puede acabar con él
otra persona?
—Ya sabe que no, la decisión final es suya y solo suya y el microchip está
sincronizado para identificar sus biorritmos. Si es otra mano la que clave el cuchillo en el
corazón, el chip lo identificará y se autodestruirá bloqueando el acceso a los códigos.
¡Mátelo! No pierda más el tiempo.
—¡Joder, General! Para usted es fácil decirlo, ha sido entrenado para ello, es un
marine, ha entrado en combate, yo me escabullí de ser enviado a Vietnam. Soy un civil. Tan
sólo con ver la sangre me angustio.
—Los coreanos ya ha disparado sus misiles; Seúl y Tokio han sido destruidas, otro ha
aniquilado Guam y un cuarto se dirige hacia Hawái. Creemos que van a disparar un quinto
misil directo a Los Ángeles. Su cobardía va a conseguir que mueran millones de americanos.
Corea del Norte ha de ser aniquilada ¡ahora!
—Yo... yo... no puedo. Soy un payaso narcisista, un cretino, un bocazas, un corrupto,
un mentiroso, un racista, un machista asqueroso. Soy una mala persona, pero no soy un
asesino.
—No llore, señor presidente, recobre la compostura y compórtese. Va a hacer algo
muy serio, va a matar a un hombre, va a morir para poder salvar la vida de millones de
semejantes, merece ser sacrificado con dignidad.
—¡Es de locos!
—Es el protocolo Armagedón.
—¡A la mierda el protocolo! No lo entiendo, ¿por qué? ¡Es terrible!
—El protocolo Armagedón se instauró para tratar de evitar que la decisión de
desencadenar una guerra termonuclear se tomara de una forma aséptica, casi burocrática, en
una sala de mapas. Es por eso que se decidió inscribir los códigos que permite el lanzamiento
de misiles atómicos en una cápsula implantada junto al corazón de un oficial,
transformándolo en un maletín nuclear humano. Se quiso asegurar que la decisión de apretar
el botón nuclear sería el último recurso. Si el presidente tenía la capacidad de un Dios, sobre
la vida y la muerte de millones de personas, también tendría la responsabilidad de un Dios.
El mandatario que quisiera desatar una guerra nuclear tendría que mirar a alguien y darse
cuenta de lo que significa la muerte de un inocente. ¿Lo entiende? Y ahora, tome mi pañuelo,
límpiese los mocos. Agarre el cuchillo. ¡Valor y coraje! señor presidente.
—Lo siento Jimmy, he de hacerlo, te concederé una medalla póstuma.



Relato publicado en el número 41, correspondiente a febrero de 2020 de la revista de literatura "Perro negro de la calle".



http://bit.ly/2ug4hIS

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