ATAVIA
Atavia es una
comarca desolada, remota e inhóspita, de una orografía endiablada y agreste,
serpenteada por caminos polvorientos y solitarios. Arrastra la sedienta comarca
una pertinaz y secular sequía de la que es heraldo un implacable sol de
justicia y plomo que requema las pieles agrietadas de sus habitantes. El
paisaje es yermo, un eterno páramo, apenas tachonado por una pelusilla de
vegetación rala, una antipática retahíla de malas hierbas. Como si de una
condena mitológica se tratase, los lugareños golpean obstinados con su azada
los suelos ingratos tratando de hacer brotar de ellos algo que llevarse a las
bocas, a la vera de pozos y cauces de ríos, secos desde tiempos inmemoriales.
Escasea la fauna
en Atavia, quitando algún perro vagabundo y sarnoso y diversos lagartos
roqueros. Sin embargo, abundan las aves que silban con su vuelo suspendidas en el
aire recalentado. Zopilotes que avizoran carroña o estorninos que devoran las
semillas que esparcen los labriegos en sus terruños. También se avistan los
tordos y algún que otro cuervo extraviado que imita, tétricamente, desconocidas
voces humanas.
En Atavia se
respira la ausencia de Dios y apenas la pueblan exiguos puñados de hombres sin
otra ley para regirse que la del Talión. Los escasos caseríos son aldeas paupérrimas,
miserables apiñamientos de casuchas ocres de paredes terrosas, aplastadas entre
el paisaje y un cielo de un azul hondo y despiadado. Una iglesia desvencijada
que llora un cementerio anexo, la polvorienta plaza con su fuente seca y
algunas casas fantasmales, concretan la aldehuela. Todo es decadencia, abandono
y sombras. A veces, de manera extraña, en noches sin estrellas, un inquietante
horizonte de perros ladra sin causa.
Los atávicos
acostumbran a ser silentes, hablan poco y con frases cortas y sentenciosas, en
sus dialectos vernáculos, más que nada para confirmar el paisaje por el que
deambulan y expresar su fatalidad y su fatalismo. Suelen maldecir el cielo con
imprecaciones y léxico de arrieros.
Los hombres son
extremadamente machos y libérrimos, sin más amos que sus instintos a los que
obedecen ciegamente, ni más blasón que su orgullo, al que se aferran con
fiereza. Los atávicos son telúricos, una emanación de la tierra misma, un
complemento del paisaje, fauna autóctona, víctimas de un determinismo ciego.
Las mujeres,
hierberas, cofres de supersticiones ancestrales, son fantasmas vestidas de
negro y se les puede vislumbrar rezando el rosario en la iglesia al abrigo de
la penumbra tibia o son meretrices que ejercen en sucios y abandonados galpones,
dispuestas a recibir en sus entrañas la vesania que ellos derraman.
Metafóricamente
los hombres de Atavia nacen huérfanos, pero conforman sagas, estirpes malditas,
linajes enfrentados durante generaciones, macerando odios que son como sudores
viejos adheridos a la piel y que terminan ineluctablemente en estallidos de
sangre y furia, en muertes anunciadas y masacres catárticas. Las familias
acumulan siglos de soledad, de secretos, de incestos e hijos bastardos.
Desconocen el amor
y sus cortejos se cuentan en raptos y violaciones. Como mucho, se sienten
abrasados por ocasionales pasiones enloquecedoras que los abocan
inevitablemente al asesinato y al suicidio.
El hombre atávico
es violento por naturaleza y es propenso a la riña y a la jactancia pendenciera
avivada por el alcohol. Siempre aparece un destello de metal de algún arma que
aflora en la contienda, ya sea una carabina mexicana o una navaja albaceteña.
La vida del atávico es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.
No busquéis Atavia
en los mapas, no la encontraréis; su territorio está en la imaginación
exuberante y calenturienta de los escritores, en la tinta de los libros, en la
codicia de los editores, en el boom de la mercadotecnia, en la adulación de los
críticos y en la molicie y pereza intelectual de los lectores esnobs de clase
media. Atavia es un tópico literario que seduce a los que confunden el exceso
de adjetivación tremebunda con la literatura con mayúsculas.
Mi relato "Atavia" me está proporcionando diversas alegrías. Primero quedó finalista en el VIII Concurso Relato Breve Projecte LOC/ Ayuntamiento de Cornellá (2020) y en este mismo mes de abril de 2021 ha quedado segundo premio en IV concurso de relato breve y ha sido publicado en la revista "Raíces", publicación del Centro cultural mexicano de Santa Ana, California, Estados Unidos.
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