sábado, 20 de enero de 2024

DOS AMIGOS (Relato finalista en los Premios Constantí 2023).

 

DOS AMIGOS EN FACEBOOK
 
Bertín, el compañero de trabajo de Cristián, aprovechó la hora del almuerzo para incordiarle: 
 
-¿Dices que tienes casi cinco mil amigos en Facebook? ¡Menuda estupidez! Esos no son amigos -dictaminó Bertín.
-Pues te asombrarías cuanto interactúo con muchos de ellos -reveló Cristian.
-Amigos solo se tienen unos pocos en la vida y nunca son virtuales. La amistad es otra cosa, es una relación que soporta la distancia y el silencio. Un amigo es alguien con el que puedes pensar en voz alta, que está de tu parte, que te dice las verdades a la cara por incómodas que sean y, sin embargo, no te juzga, que te conoce a fondo y, aun así, te aprecia. ¿Existe alguien así entre tus amigos de Facebook?
-No hay que ponerse tan transcendente. A través de las redes sociales se conoce gente y puedes acabar entablando una buena amistad.
-Mira, te diré lo que es Facebook o Instagram: Tú vas por la calle y un desconocido se te acerca y te pide: “¿Me das tu cartera?”. Tú se la entregas, el tipo se queda con tu nombre, tu dirección, tu edad, estado civil y luego te pregunta: “¿Tiene fotos de tu familia?” Y tú le proporcionas las fotos de tu mujer, hijos e incluso una del perro. Luego levanta el pulgar y te dice: “Ya somos amigos y que sepas que te voy a ir siguiendo”. Absurdo, ¿verdad? Hay que ser muy tonto o muy exhibicionista para participar en una cosa así. No es más que una vulgar y superficial feria de vanidades.
-Eres un dinosaurio tecnófobo, solo a ti se te ocurre desdeñar las redes sociales. ¿Qué más dará cómo se conozca la gente si luego las relaciones prosperan?
-Vivimos en una sociedad posmoderna que se va diluyendo poco a poco. La lógica del consumismo ha terminado por alienarnos por completo, por secuestrarnos el alma. Facebook tiene el encanto capitalista del catálogo comercial. Ya no hay nada auténtico, todo se ha vuelto líquido y sucedáneo: Las amistades en Facebook, el amor en una aplicación de citas, la música enlatada en Spotify, el conocimiento y la cultura en Wikipedia, los libros de autoayuda en vez de la filosofía, la espiritualidad servida a la carta por una legión de gurús y coachs de internet, el activismo por el postureo en las redes sociales. Ya no hay experiencias constitutivas que forjen tu identidad, tu educación sentimental y tu cosmovisión del mundo. Solo hay consumo fast food de productos, ideas y experiencias de usar y tirar, todo es banal, hemos frivolizado la existencia humana a mayor gloria y lucro de un puñado de corporaciones tecnológicas. Nos disolvemos en la untuosa papilla de la posmodernidad.
-Eres un reaccionario y un cenizo, ¡menuda monserga!
 
Al acabar su jornada de trabajo, Cristián abandonó meditabundo la oficina. Detestaba el pesimismo de Bertín y le parecía que su compañero gastaba una pose esnob. Él valoraba de forma positiva el hecho de que mucha gente se ofreciese a ser amigo de otro usuario de Facebook, pese a no conocerse en persona. Cristián nunca había denegado una solicitud de amistad y era así cómo ya superaba los cuatro mil novecientos amigos en la red social. Cuando consideraba que en este mundo tan hostil y egoísta en el que vivimos hubiese gente bienintencionada que simplemente deseaba saber del prójimo, le hacía creer que no todo estaba perdido y que el mundo era un lugar más amable del que peroraba Bertín.
Cristián, se subió en su coche y salió del parking de la empresa. Un manto de nubes bajas y oscuras tapizaba el cielo, inspirando en el muchacho un amago de melancolía. No había recorrido ni un kilómetro en dirección a su casa, cuando un mastodóntico cuatro por cuatro le golpeó en la parte trasera de su utilitario mientras estaba detenido en un semáforo en rojo. Enojado, pero contenido, Cristián descendió de su coche y se percató que los daños infringidos en su vehículo eran considerables. Desolado por el estado de la carrocería, se dirigió al conductor del cuatro por cuatro, un tipo robusto de cara cuadrada, cejas espesas y tez cetrina: 
 
-¿Supongo que no tendrá ningún inconveniente en hacer un parte amistoso? -le interpeló Cristián-. Está claro que la culpa es suya.
 
El tipo salió del vehículo y por única respuesta, regurgitó:
 
 -¡Gilipollas!
 
-¡Encima!
A Cristián le llovió una bofetada en el rostro. Estupefacto, trató de decir algo, cuando le cayó un segundo sopapo. Comprendió que debía huir, pero antes de que pudiera sentarse en su coche, aquel energúmeno le arreó un puñetazo que lo derribó. Lo último que percibió Cristián, antes de desmayarse, fue que el matón le rompía una pierna atizándole con la llave para cambiar los tornillos de la rueda de su vehículo.
 
Durante su convalecencia Cristián experimentó una profunda depresión. Se sentía humillado y abatido tras aquella experiencia aterradora. Un tipejo le había agredido a causa de un vulgar accidente de tráfico. Había sido escalofriante advertir sus ojos fríos y su actuar mecánico. No halló ira, dolor o desesperación en su actuación; tan sólo brutalidad sin desbastar, un ejercicio de violencia gratuita, una falta total de empatía, una derrota de la comunicación interpersonal. Pensó que si aquel sujeto hubiese dispuesto de un revolver en la guantera le habría disparado y ya estaría muerto. Bertín tenía razón, nos estábamos deshumanizando.
 
Al cuarto día desde el suceso, Cristián, descubrió con estupefacción, indignación y espanto, que el agresor era uno entre los cientos de desconocidos que figuraba como amigo suyo en Facebook. El mundo podría estar más interconectado que nunca, pero el ser humano seguía tan despiadado y violento como siempre. El que lo tuviese agregado como amistad, permitió a Cristián, al menos, reunir los datos para poder denunciarlo a la policía.
 
El humor de Cristián mejoró con las sesiones de rehabilitación, sobre todo, gracias a los cuidados de Estela, la enfermera encargada de monitorizar sus ejercicios. A Estela, una chica dulce y amable, se le notaba que le gustaba ayudar a los demás.
 
Al finalizar la última sesión, Cristián decidió declararle a la enfermera la admiración que sentía hacia ella: 
 
-Me has devuelto la fe en la humanidad -soltó Cristián de una manera pomposa pero sincera.
-¿Yo, por qué?
-Por el cariño que pones en ayudar a los pacientes.
-Es mi trabajo.
-Se ve que eres buena persona, ni te imaginas la gente mala que hay suelta por el mundo. La pierna me la rompió un psicópata porque le pedí hacer un parte amistoso después de que el tío empotrara su coche contra la parte trasera del mío.
-Espera, esa historia…, ¿la contaste en Facebook?
-Sí, ¿te suena de algo? -La chica tomó su móvil y comenzó a consultarlo.
-Vale, ahora veo tu perfil. Cristián, tú y yo somos amigos en Facebook, ¡qué gracia!
-¡No me digas!
-Tengo tantos amigos que no llevo la cuenta -reconoció Estela.
-A mí me pasa igual.
-Y ahora somos amigos en la vida real.
-¿Y en la vida real aceptarías una invitación a cenar? -se lanzó Cristián con una audacia que le era impropia.
-Depende -Estela sonrió con la mirada.
-¿De qué depende?
-¿Te gusta la comida mexicana?

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