martes, 16 de enero de 2024

UN CONCIERTO Y UN LIBRO RECOMENDANDO A UNA PERSONA

 

En el XI Concurso de relatos breves de Cornellà del Llobregat, además de alzarme con el segundo premio, logré colar entre los finalistas el siguiente relato.
 
UN CONCIERTO Y UN LIBRO RECOMENDANDO A UNA PERSONA
 
Elsa se exasperó cuando su novio despotricó porque ella había dejado cincuenta céntimos de propina al camarero; lo que debía ser una escapada romántica estaba siendo boicoteada por el malhumorado de Juammi. Se suponía que él tendría que estar contento, incluso orgulloso, de acompañarla a recoger el premio, el máximo galardón que se otorgaba en el país en materia de cartelismo y que, por primera vez, se concedía a una artista que no era profesional. 
 
La gala de la entrega de premios, en cambio, transcurrió feliz. Para Elsa supuso un masaje para su ego; las sonrisas, las felicitaciones y los agasajos se agolparon en una concentración inédita para la joven. Ella estaba exultante, por fin se le reconocía su talento y creía hallarse en el inicio de su sueño: poder vivir de sus pinceles y dejar atrás su empleo de rotulista. 
 
Terminada la gala, camino del hotel, Elsa se abalanzó sobre su novio y lo besó apasionadamente en la boca; él, sorprendido, la secundó con torpeza. “¿Qué pasa?”, lo interrogó la joven; “Nada”, respondió el hombre. Elsa descendió de su nube de entusiasmo y volvió a pisar la acera sucia y plebeya de la calle, lastrada por la actitud de su novio. La mujer intentó no pensar en nada negativo, aquella era su noche. Cerca ya del hotel ella reparó en un cartel que anunciaba una actuación de jazz en el Orfeó Catalònia para la tarde siguiente.
 
-¿Qué pena que ya no estemos aquí? Me gustaría ver este concierto -comentó Elsa señalando el anuncio.
-¿Jazz, esa música para ascensores? -calificó el hombre con desdén.
-¿Se puede saber qué te pasa?
-Que eres una esnob como todos esos lechuguinos que estaban en la velada, por eso te gusta el jazz.
-Yo no me meto contigo cuando tú te reúnes con tus amigotes a ver los partidos de fútbol, ¿por qué no puedes respetar mis gustos?
-Ese es tu problema: tu complejo de superioridad. Eres tan culta, tan exquisita, tan progre, tan concienciada y lo que haga falta con tal de mirar a los demás por encima del hombro, por eso los futboleros te parecemos vulgares. No todo es jazz, arte y literatura, hay otras cosas que son cultura, la gente de pueblo también tiene su cultura.
Elsa no esperaba aquella andanada de resentimiento. “Así que eso era -pensó la joven-, se está vengando por la bronca que tuvimos en agosto”. Juanmi la había llevado a conocer su pueblo, que a ella se le antojó un villorrio deprimente. Cuando Elsa calificó de bárbaro el tradicional encierro de toros embolados, él se enfadó tanto que tardaron una semana en volverse a hablar.
-No te lo perdonaré nunca -le advirtió Elsa.
-¿El qué?
-Que hayas estropeado una noche tan importante para mí.
-¡Bah! No seas dramática.
 
Siguieron caminando hacia el hotel, ella callaba. Él trataba de romper el violento silencio con comentarios banales; la joven, sumida en sus pensamientos, se preguntaba por qué seguía con él. Elsa siempre supo que ambos tenían gustos culturales muy distintos y siempre pasó por alto aquellas divergencias pensado que el amor todo lo supera, el problema es que ya comenzaba a olvidarse acerca de las cualidades que la había llevado a enamorarse de su pareja.
 
Por la noche la mujer sintió como la mano del hombre irrumpía bajo su ropa interior, pero la apartó con decisión.
 
A la mañana siguiente, en la estación, aguardaron el convoy que habría de llevarlos rumbo a su ciudad de origen. Elsa nunca entendió a las personas a las que los ferrocarriles les parecían románticos, viajar en ellos era como escribir en papel pautado, sin salirse de la raya. En el momento de abordar el tren, de los llamados AVE, la joven sintió un amago de melancolía, su vida estaba tan encarrilada como aquellos vagones y el premio quizás no había sido más que una pequeña chispa de plenitud. En el momento en que montase en el AVE regresaría a su rutina, en la que su novio, con la minuciosidad de un pedicuro, se encargaría de recortarle sus alas y amortajar sus sueños. Juanmi, en cambio, estaba de buen humor. Llovía.
 
Ya ubicados en el departamento, él recordó que el domingo siguiente comían los dos “en casa de mamá”, canelones. A su novio le brillaban los ojos como siempre que hablaba de su madre. Elsa recordó que su suegra era una pésima cocinera y sus canelones estaban asquerosos. De pronto, se hizo viva la imagen de los tubos rellenos de carne con la bechamel pringosa bañándolos y Elsa sintió arcadas. Su relación con Juanmi había devenido informe y untosa, bañada con la grasa de la resignación y el conformismo, como aquellos malditos canelones que perpetraba su suegra metomentodo. La joven miró por la ventanilla, el tren se disponía a partir, y ella supo lo que debía hacer. “Voy a orinar” -anunció Elsa-. Descendió del vagón, apagó su teléfono móvil y se alejó del andén caminando a paso ligero. Atrás dejó la maleta y solo se llevó el bolso. 
 
Elsa se hallaba contemplando la actuación de jazz en el Orfeó Catalònia. Un piano, una trompeta, dos saxos y un contrabajo, inundaban la noche y la volvían gloriosa. El piano divagaba, el contrabajo comenzó a seguirle con un titubeante pizzicato que fue haciéndose seguro y vigoroso, los saxos irrumpieron y la trompeta subrayó la nueva senda musical que se acopló a la perfección en una partitura evanescente. Elsa cabeceaba y cerró los ojos para impregnarse de la música que, tan solo en el jazz, se vuelve indistinguible de la magia. La joven sabía que regresaría la escapada, la audacia de este o aquel músico impelido por su genio y, cuando todo pareciese descarrilar, se restituiría, tras la pirueta, la melodía principal, aterrizando sobre un campo de amapolas sonoras. El jazz era la libertad reencarnada en belleza. Ojalá la vida se pareciera al jazz, alcanzó a pensar Elsa, en donde las digresiones son disfrutadas y las individualidades son aplaudidas, en la que lo diverso se integra en lo harmónico y en la que la creatividad es la cualidad reina y la rutina es arrollada. El jazz era la demostración empírica de que la música es infinita como debería ser nuestro espíritu. Quizás un concierto de jazz, con sus instrumentos respirando música a pleno pulmón, fuese una alegoría inadvertida, una lección invisible de autoayuda. Vivir era no dejarse enlatar, abrirse a la belleza y al asombro.
 
Elsa abrió los ojos y advirtió que, a su izquierda, un joven seguía, absorto, a su vez, el ritmo. Era alto, hermoso; los cabellos negros, abundantes y ligeramente alborotados le prestaban un aspecto de bohemio, pero sin asomo de imposturas. No se había desprendido de la chaqueta oscura de pana y, de uno de sus anchos bolsillos, asomaba un libro cuyo título estremeció a la mujer al leerlo: El perseguidor, de Julio Cortázar, la obra preferida de su autor preferido. Elsa parpadeó un par de veces, no podía ser, ¿se trataba de un guiño del destino? Comprendió, como si un rayo la alcanzase, que la esencia de la vida reside en los placeres inesperados, como aquella urgencia por conocer a ese chico, al que un libro y un concierto recomendaban. 
 
-Es muy bueno -le dijo ella al joven.
-¿El concierto? Buenísimo -sonrió y su sonrisa tenía la diáfana belleza de la franqueza. Sus ojos eran de color miel.
-Y el libro.
-Lo compré esta tarde, me lo recomendaron vivamente, todavía no lo he abierto.
Terminada la actuación se acodaron en la barra del local, bebieron ron y hablaron de jazz y de Cortázar, valga la redundancia. Y sin que ninguno de los dos supiera cómo, la noche se puso traviesa.
 
La luz del amanecer se filtraba a través del ventanal, amenazando con revelar toda la crudeza impersonal de la habitación de hotel en la que habían pasado la noche juntos. Él dormía y Elsa pensó que tenía cara de niño bueno. La joven tomó el libro y anotó, en la página de la portadilla, su número de teléfono.
 
Elsa bajó del taxi y la estación de tren ya no le pareció tétrica como antes, quizás porque la mañana andaba luminosa, Conectó el móvil, su novio se había deshilachado en un rastro de mensajes detestables que ella borró sin apenas escucharlos, no sin sentir una punzada en el corazón, ¿se estaba portando mal con él? Elsa negó con la cabeza. Ya no estaba dispuesta a perdonarle ni a asomarse al brocal del pozo de su mezquindad, ni a ser víctima de su enésimo chantaje emocional, ya no. Como en un encantamiento, Juanmi se había vuelto viejo de repente y apestaba a pasado como una loción de afeitar de antes de la guerra. Una llamada entró, la pantalla anunciaba un número desconocido, era Víctor, su amante de una noche. Hablaron y, al terminar la conversación, Elsa tuvo la certeza de que, por fin, sus expectativas y la vida se besaban.

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