sábado, 7 de noviembre de 2020

EN MIL PALABRAS

 La revista Marginalees en su número ocho ha publicado mi relatillo de terror

EN MIL PALABRAS
La carretera, acribillada de baches, serpenteaba el secarral inabarcable, árido y marrón, de geografía ondulada, semejante a un trozo de cartón mojado que se hubiese secado y deformado bajo el sol inclemente. Yo conducía mi ranchera sobre el desigual asfalto mientras renegaba, ¡maldita la hora en que se me ocurrió visitar el hospital de tuberculosos! Además, se había estropeado el aire acondicionado del vehículo y estaba sudando como ganado bajo un techo de uralita Y, de repente, tres un cambio de rasante, apareció la cafetería desvencijada y polvorienta a pie de carretera que, contra todo pronóstico, parecía abierta al público.
Tras la barra una señora de edad madura, bajita, cabezona, de rostro avinagrado, rictus de desprecio y cabellos largos y sucios. No había ningún cliente en aquel establecimiento de aspecto decadente. Si hubiesen sido otras las circunstancias, tal y cómo hubiese entrado en el local me habría marchado sin dilación. Eran las tres de la tarde, pero un reloj de pared con telarañas señalaba las doce en punto.
-Buenas tardes -dije acercándome a la barra, la mujer no contestó-. ¿Sería posible tomarme un café con hielo?
-Por supuesto.
Disolví el contenido del sobre de azúcar en el café y agregué el hielo.
-¡Hummm! ¡Qué bueno! Su café es delicioso -exclamé, gratamente sorprendido.
-Somos una cafetería, para nosotros el café es capital, una cuestión de vida o muerte –“Anda que no es exagerada”, pensé-. El que toma es colombiano -declaró.
-Se nota, muy rico.
-¿Y qué? ¿Ha venido para ver el hospital de tuberculosos? -me interrogó.
-Así es. ¡Menuda decepción! Un lugar vandalizado y del todo vulgar.
-¿Qué esperaba, fantasmas?
-No, esperaba encontrar inspiración y lo que hallé fue suciedad, desorden, destrucción, excrementos, grafitis y jeringuilla por el suelo.
-Les ocurre a todos.
-¿A todos?
-La decepción. Desde que ese tipo triunfó con su libro lleno de embustes acerca del hospital, con todas esas leyendas de voces y actividad paranormal, con esa enfermera de la muerte que se inventó, que recorría las sales de convalecencia, jeringuilla en mano para enviar a los pacientes a la muerte; todos los sonados vienen aquí a hacer turismo. Si no fuera por ellos, no tendría clientes. -“No me extraña”, pensé, preguntándome cómo diablos conseguía mantener el negocio abierto. La cafetería, de semblanza fantasmagórica, producía más inquietud que el destartalado edificio que acababa de visitar. Comencé a tomar mentalmente notas.
-Leí el libro -dije, tras una larga pausa-. Yo también creo que es un camelo.
-Sin embargo, es cierto que en el hospital ocurrían sucesos extraños.
-¿Cómo qué?
-Enfermos que se volvían locos y se suicidaban arrojándose desde la novena planta al jardín que denominaban “la jungla”.
-¡No me diga! -sonreí con escepticismo
-Usted es diferente -dijo, la camarera con un tono de hostilidad.
-¿En qué sentido?
-No cree nada acerca de las historias que se cuentan. No es el enésimo morboso que ha venido a curiosear.
-No creo en esas paparruchadas. Soy escritor y si decidí visitar el hospital fue, como ya le he dicho, para inspirarme; he de escribir un relato de terror para un concurso en mil palabras exactas incluido el título ¿Cómo se puede retratar el terror en mil palabras?
-A veces una sola palabra es suficiente.
-¡Ah!¿sí? Además de camarera, veo que imparte talleres literarios -lancé la frase con el tono de mayor sarcasmo que fui capaz. “¡Vaya personaje!”, pensé. Una camarera palurda enseñando como se escribe a un escritor consagrado.
-Espere, le pondré otro café. Va por cuenta de la casa –“¡Qué mujer tan idiota!”, la acabo de ofender y no se ha percatado.
La camarera me sirvió una segunda taza, fue entonces cuando leí su nombre grabado en letras negras en el broche lila que llevaba prendido en la blusa: “Jezabel” –“¡Hay que joderse! -me dije- Si hasta el nombre lo tiene de arpía”. Y supe, entonces, que debería inventar una historia acerca de aquella cafetería y su estrafalaria dueña.
-Gracias.
-En esta comarca siempre han ocurrido cosas misteriosas.
-Dígame. -Pensé que a todos los tontos e ignorantes les gusta fantasear con lo mistérico.
-Cuando cae la noche, en la siguiente curva, en dirección a la capital, aparece una chica que hace autostop.
-¡No me joda! -Aquello era ya demasiado, la puta leyenda urbana de la chica de la curva. -¿Y qué más?
-Yo, por ejemplo, tengo poderes. -“Lo que me faltaba”, me dije. Miré hacia la puerta, me acabaría el café y me iría; la camarera, pese a sus posibilidades narrativas, ya se estaba poniendo cargante. -Soy mentalista, puedo adivinar el pensamiento de las personas.
-¿Y en qué estoy pensando? -la reté.
-Usted me desprecia y desprecia a sus lectores. - Sonreí. Las dos afirmaciones eran ciertas. Escribía historias de terror, un subgénero que aborrecía con toda mi alma, tras haber incursionado infructuosamente en la novela psicológica. Consideraba que el terror en la literatura era, en un lector adolescente algo parecido al acné o a la masturbación compulsiva; una costumbre fea e irritante, pero disculpable debido a la edad del sujeto. En cambio, sostenía que en un lector adulto el consumo de esa misma literatura reflejaba su inmadurez, mal gusto, carácter crédulo y adicción a las emociones baratas. Escribía cuentos de miedo porque por algún oscuro motivo se me daba bien y porque era muy fácil componerlos. Desde que murió Edgar Allan Poe la literatura de terror no era otra cosa que el manosear una y mil veces los tópicos y los clichés que el genio de Baltimore, primero, e Hijo Puta Lovecraft, después, habían dejado fijados como cánones incombustibles; aderezados, posteriormente, con vampiros, psicópatas y zombis.
-Se equivoca, no la desprecio -mentí hipócritamente mientras me preguntaba por qué seguía charlando con aquella cretina paranoica.
-Le dije que una sola palabra basta para describir el horror y no me creyó. La palabra que busca es… arsénico.
-¿Arsénico?
-He envenado con arsénico el café que se está tomando.
-Se trata de una broma, ¿verdad?
Jezabel sonrió de manera enigmática y dijo:
-Querido, muy pronto lo sabrá.

Marginalees Edición N°8
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