sábado, 7 de noviembre de 2020

RETRIBUCIÓN

 He quedado finalista en el Certamen de Relatos Breves "Sobre enfermeras" con mi relato

RETRIBUCIÓN
Natalia regresó a su hogar tras una agotadora y desmoralizante jornada de trabajo en el hospital –una más, como lo estaban siendo todas desde que estalló la epidemia- y al disponerse a tomar el ascensor de su edificio, reparó que en la puerta había un folio de papel sujeto con celo que exhibía un texto dirigido a ella. Al, leerlo, se le heló la sangre.
No, no era el primer incidente que sufría. Al inicio de la declaración del Estado de Alarma, de camino a su trabajo, escuchó desde una ventana que alguien le gritaba: “¡Vuelve a casa, que no tienes vergüenza!”, seguido por una segunda voz que la calificaba de “¡Puta!”. ¿Qué pasa, tenía que ir en bata blanca a su hospital? Enfurecida, Natalia iba a replicarles, pero una mano anónima la lapidó con un huevo que se le estampó encima.
Muy pronto supo de aquella gente que dedicaba parte de su tiempo y energías a vigilar a quienes veían transitar por las calles, para acosarlos; ya fuesen padres que acompañaban a hijos con autismo, cajeras de supermercado, personal de limpieza u otros trabajadores de servicios esenciales. Vecinos confinados y airados. Vecinos adictos al insulto para los que habían acuñado un neologismo para definirlos: “balconazis”.
Natalia volvió a leer la nota, como si no quisiera creer lo que su vista le informaba:
Querida vecina:
Sabemos el trabajo que realiza como enfermera en el hospital y se lo agradecemos. Pero usted también debe de ser consciente que en este edificio viven muchos otros vecinos y, entre ellos, personas vulnerables como abuelos y niños, a los que usted pone en riesgo cada vez que regresa a su piso trayendo quién sabe qué cantidad de virus de sus pacientes.
Idealmente, le pedimos encarecidamente que se mude lo más rápido y lo más lejos posible para no poner en peligro nuestras vidas. Seguro que comprenderá nuestra preocupación y se marchará sin preguntar nada y sin quejarse.
En caso de persistir en su inconsciencia, le rogamos que, como mínimo, no estacione su vehículo al lado del de los demás, no use el ascensor, no baje a su perro a la calle y no toque nada de las zonas comunes sin guantes y sin haberse desinfectado las manos.
Firmado: Los vecinos.
Natalia se recluyó furiosa en su apartamento, su perrita Nana acudió a recibirla, alegre, moviendo la cola y haciendo cabriolas. La enfermera solía bromear afirmando que los perros eran mejores que las personas, y se repitió para sí misma la sentencia, pero diciéndoselo en serio. “Pongo en peligro mi vida para ayudar a los demás y me tratan como a una apestada -exclamó en voz alta, todavía sin reponerse de todo de la incredulidad que le provocó el aviso-. ¿Cuestionan que no tomo precauciones? Pero si tengo las manos destrozadas de tanto lavármelas”. La enfermera sabía que el miedo es libre y... cruel. Aquella noche a las veinte horas, con hipócrita puntualidad, los vecinos de su edificio salieron de nuevo a aplaudir con entusiasmo. A ella le sorprendió la algarabía en el cuarto de baño, el espejo le devolvió su reflejo con las marcas enrojecidas dejadas en su rostro por la mascarilla y las gafas protectoras tras una guardia de veinticuatro horas y no pudo evitar reprimir el llanto.
A la semana siguiente apareció en el turno de la enfermera, en la Unidad de Críticos, el presidente de la comunidad de propietarios del edificio en el que residía Natalia. El paciente la reconoció así que ella le atendió para valorar su estado. El hombre le dirigió una mirada suplicante y casi temerosa.
-Neumonía bilateral –dictaminó la doctora dirigiéndose a la enfermera-, hay que entubarlo y conectarlo a un ventilador.
-El registro de oxígeno está por debajo de noventa –informó Natalia.
El hombre hizo un gesto de querer decir algo. Natalia le retiró durante un segundo la máscara con el respirador.
-Gracias –musitó el paciente haciendo un esfuerzo sobrehumano, pues hasta el acto de respirar se le hacía doloroso.
-Vecino –dijo la enfermera acariciándole la frente-, vas a salir adelante, estás en buenas manos, confía en nosotros. Prométeme que vas a luchar.
El paciente sobrevivió.
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Jasmin Campos Díaz, Teresa Figuera y 60 personas más
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