martes, 17 de noviembre de 2020

LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE CALIENTE

 

LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE CALIENTE

 

-¿Cómo hay tan poca gente?
-No sé, tendría pocos amigos.
-Yo no era su amiga.
-Y usted señora, ¿es...?
-Me llamo Rosario, pero mis amigos me llaman Charitín. Fui la  mujer de Faustino. Él no tenía amigos, mucha gente veo yo aquí.

-Pero, si sólo somos cinco.

-No obstante, es un detallazo que se haya acordado de los amigos en un momento así.
-¿Todos han recibido la tarjeta de invitación al evento?
-Sí, claro,  y el billete de quinientos euros que se adjuntaba.
-En la tarjeta ponía que si aguantábamos el acto hasta el final se nos entregaría otros quinientos euros y una caja de puros Partagás a cada uno.

-Una servidora no fuma.

-Ningún problema, su caja de habanos me la puede dar a mí. Cuando trabajaba en el banco me aficioné a fumar puros.

-Muy rumboso me parece a mí el difunto.
-Yo me lo creo, hay un mensajero esperando a que terminemos.

-Yo ni siquiera lo conocía. Pensé que se trataba de algún tipo de broma y llevé a que averiguaran si el billete era falso. Cuando me confirmaron que los quinientos euracos eran auténticos, casi no me lo podía creer. El muerto –Faustino, se llamaba, ¿no?- debía ser uno de esos locos simpáticos que van por el mundo regalando dinero.

-No estaba loco, era un cabrón y un hijo de la gran puta y siempre fue un tacaño. Cuando yo me casé con él era más pobre que una rata, no sé de donde ha sacado el dinero para montar esta mascarada, pero si tenía dinero me lo debía de haber entregado a mí, que para eso soy su viuda, en compensación por lo mucho que me hizo sufrir ese cerdo.

-Señora…

-¿Qué coño le pasa a usted?

-Es que hablar así de un muerto…

-Un cabrón es un cabrón vivo o muerto.

-¡Qué extraño! ¿Es verdad que no le conocía, señor…?

-Roberto.
-Lo que no entiendo es lo de la barbacoa en noviembre. Las barbacoas son para el verano.
-La gagne está ejquijita.
-Vaya, Padre, ya le está atacando.
-Padre, no hable con la boca llena que no se le entiende nada.
-Habrá que probar esa carne, si no, el cura no nos va a dejar ni los huesos.
-No sé de qué os extrañáis, esto es muy común en otros países.
-¿Que un muerto organice una barbacoa?
-Yo he estado en las  islas Tonga y allí es frecuente que el finado deje una cantidad de dinero para que los deudos hagan una fiesta de homenaje al difunto.

-¡Qué curioso!

-Para curioso el funeral celeste del Tibet. Llevan el cuerpo del muerto a una buitrera, lo despedazan y se los dan de comer a los buitres.

-¡Qué asco!

-Usted quiere que se nos quite el hambre.

-Con el cura no lo conseguirá.

-¿Y cómo sabe todo eso, señor…?

-Calixto. Verá, yo fui director de una sucursal bancaria y todos los años me ganaba el premio del viaje con el que mi banco gratificaba a los que más productos financieros vendíamos en cada provincia. Además, luego, por mi cuenta, he viajado mucho. Mi pasión ha sido viajar y así que me prejubilé, con apenas cincuenta años, mi indemnización y una buena paga, pues a hacer turismo como un loco.

-No sé para que ig a la ijlas del Tongo con lo bonita que ej Egpaña, burrppppp.

-No eructe, Padre.

-Tiene razón el mosén, para ritos funerarios raros no hace falta irse lejos. El otro día leí que una empresa funeraria española tiene un producto que consiste en meter las cenizas del muerto en una carcasa pirotécnica y hacerla estallar en el castillo de fuegos artificiales de las fiestas del pueblo.

-No me parece serio.

-Mejor no preguntarle al Padre, que ellos creen en la resurrección de la carne y todo eso.

-Como a la carne de las costillas que acaba de zamparse le dé por resucitar, lo lleva crudo.

-Otra cosa que no entiendo es que hace una pantalla gigante aquí. ¿Alguien sabe algo?

-El mensajero no suelta prenda y cuando yo llegué los del catering ya se habían largado.

-¡Qué extraño es todo! Bien, así que aquí estamos, un servidor que se llama Roberto, ¿me he presentado ya?

-Sí.

-Bien, hagamos las presentaciones como corresponde: Yo soy Calixto, aquí Roberto, Charitín y el padre…

-Damián Romasanta.

-Con ese apellido estaba usted predestinado.

-Eja e mi cruz, higo mío.

- Y usted se llama…

-Adolfo.

-¿Conocía al difunto?

-Como que fui su jefe durante más de veinte años. Y coincido con Charitín, era un inútil. Todo lo que sabía del oficio fue porque yo se lo enseñé.

-Y si mientras averiguamos lo que pasa, ¿Qué les parece si comemos algo? O el cura acabará con todo.

-Padre haga sitio y modérese que a su edad el colesterol no perdona.

-¡Váyase a la miegda!

-¡Jope! Qué buena está esta carne. ¿Qué es?

-Vacuno.

-No, la textura es diferente.

-Cerdo.

-No señora, esto no es cerdo, está clarísimo.

-No, que digo que Faustino era un cerdo.

-Es ñu.

-¿Usted cree señor Calixto?

-Ñu, seguro, en un safari que hice por Tanzania me sirvieron una carne con un sabor idéntico a éste y me dijeron que era ñu.

-No sé si será ñu o será ño, pero ¡coño, qué buena está!

-Bocatto di cardinale.

 

-¡Mirad! La pantalla se ha iluminado.

-Es Faustino.

-Que viejo y desmejorado está.

 

-Buenas tardes, mis queridos amigos. Muchas gracias por estar aquí, en este acto social dedicado a mi memoria. Si me estáis viendo eso quiere decir que estoy muerto. (“Gracias Faustino. Esto va por ti, en tu honor”. “Todos te queremos, Faustino”. “No hace falta ser hipócrita, no nos oye, es una grabación”).  Creo que la sociedad actual trata de ocultar la muerte como si de un tabú se tratase, cuando es consustancial a la vida, siendo el fin último de ésta, estamos en este mundo para marcharnos y dejar sitio a los que vienen. Por eso, en vez de luto y llanto, pensé en organizar una barbacoa, ya saben; cervezas frías, camisas floreadas y ambiente distendido (“Pues macho, la has cagao, que ayer fue halloween y hace un frío que pela”. “Chissst. Deja escuchar lo que dice”.) ¿No es mucho mejor así? Supongo que os preguntaréis, especialmente tú, mi querida Charitín, de dónde he sacado el dinero para costear este memorial. Bien, aunque tenía mis dudas, lo cierto es que Dios existe y cuenta chistes, aunque su humor es retorcido y macabro. Yo fui un desgraciado toda mi vida y cuando ya me habían diagnosticado la enfermedad fatal que me ha llevado a la tumba, va y me toca una burrada de millones en el sorteo del euromillón. ¡Hay que joderse! Dejarle la millonada a los desapegados y crápulas de mis sobrinos no me pareció una opción y tampoco me entusiasmaba legarte el dinero a ti, Charitín, por las razones que expondré a continuación (“¡Cerdo, cerdo, cerdo!”. “Señora, ahora no es el momento. Señora no me pegue”). He dejado el dinero a mi único amigo, a mi albacea y organizador de este evento. (“¡Hijo de puta!”). Supongo que os preguntaréis porqué he preparado una barbacoa para invitar a quienes me odian o a lo sumo guardan de mí un recuerdo vago y anecdótico. Para aclarar la cuestión dejad que cite el Evangelio –gracias padre Damián por haberme inculcado la noción de la caridad cristiana (“De ngda, higo mío). -Y deje de comer que con la boca atiborrada de carne que no se le entiende-: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?”. Es por eso que estáis aquí reunidos: Padre Damián, Roberto, Adolfo, Charitín y Calixto. Sois mis queridos enemigos con los que voy a recordar los momentos vividos juntos. Primero usted, Padre Damián, cerrando los ojos aún puedo recordar el gusto de las pastillas Juanola que usted me daba para quitarme el mal sabor de boca tras obligarme a practicarle felaciones (“¡Mentira, incubo!” “No agite tanto la garrota que a ver si le va a dar a alguien”. “Sujetad al cura que se cae”. “¡Joder con el pater!”). Luego debía confesarme con usted y recuerdo que me ponía penitencias por lascivo y por haberle provocado, según decía. Yo tenía por entonces nueve años y la negligencia de mis padres me había arrojado a ese internado siniestro dejándome a merced de cuervos como usted. Por aquel entonces, por compañero tenía a mi querido matón Roberto (“Yo no me acuerdo de este tío. De usted, sí, Padre”) que me utilizaba a modo de saco de boxeo ante la indiferencia de alumnos y maestros. Sobreviví al colegio, pero no acabaron los abusos, me puse a trabajar y hube de soportar la tiranía de Adolfo, el encargado de la fábrica de mierda en la que dieron a parar mis huesos (“¡Desagradecido, capullo!”). Creí rehacer mi vida de la mano de Charitín, pero nuestro matrimonio no colmó sus expectativas y ella decidió vengarse por ello, y lo hizo apartándome de mi hijo Felipe, al que crio en el rencor y la difamación hacia su padre. (“¡Canalla, embustero”!). No puede disfrutar de mi hijo, quedé relegado a simple burro divorciado que paga facturas y aguanta injurias y denuncias en los juzgados. Felipe se empantanó en las drogas y murió por sobredosis, de lo cual me culpa Charo, ¡por supuesto! (“¡Pues claro que fue culpa tuya, hijo de puta!”). No obstante, no os puedo echar la culpa de todas mis desgracias a vosotros, lo cierto es que yo era un tipo un poco lelo, alguien que al ser  buena persona solía dar por sentado que todo el mundo debía serlo hasta que demostrasen lo contrario. Así me fue en la vida, cuando estás hecho de merengue hasta las hormigas te comen. Sólo con estas características se explica que yo creyera tener un amigo en el director de una sucursal bancaria, mi querido Calixto, que tras veinte años de trato amable, entregándome calendarios de la entidad todos los eneros, me convenció para que depositara todos mis ahorros en un depósito que decía ser sólido y que resultó ser líquido y gaseoso. Gracias a ti, Calixto, aprendí lo que son las preferentes (“Yo no tengo la culpa de que careciera de cultura financiera. Nadie le obligó a firmar”). En resumen, habéis sido tan importantes en mi vida que, asimismo, yo quiero serlo en la vuestra. No deseo que tengáis de mí un recuerdo fugaz y amortizable. Deseo dejar una huella indeleble, pasar a ser parte de vosotros, fusionarme con vosotros a través de la cadena trófica. Ahora estoy dentro de vosotros, rodeado de jugos gástricos, fluyendo en forma de nutrientes por vuestro riego sanguíneo. Yo estoy en vuestro organismo con mis células tumorales, mi quimioterapia, mi infección hospitalaria, mis anticuerpos y la sobredosis de antibióticos. La carne que acabáis de digerir es mi carne. (“¿Qué coño dice?”.  “Qué la carne de la barbacoa es la del tío fiambre”. ¡Imposible!”. “Se le ha ido la pinza”. “Es ñu, os lo aseguro”.).  “Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”. ¿Recuerda el versículo, Padre? (“¡Blasfemia!”. “Como broma no tiene ninguna gracia”. “Yo ya dije que era un cabrón”. “Está de coña”.). Como imagino que no me creéis, a continuación os pasaré imágenes rodadas del despiece y fileteado de mi cuerpo. (“¡Dios, qué asco!”. “No puede ser”. “No hagáis caso, es un montaje”. “Aghhhhh”. “Señora me acaba de vomitar encima”.). Pues sí, algo así se puede hacer; pagando San Pedro canta, mi albacea se encargó de buscar a los profesionales adecuados y supervisar que mis últimas voluntades se llevaran a cabo siguiendo mis detalladas instrucciones. Si tenéis alguna duda, os he reservado  unos tupers con muestras de carne y así podáis hacer las pruebas pertinentes que confirmarán lo que os digo. Bueno, queridísimos amigos míos, me despido de vosotros con la satisfacción de saber que de esta barbacoa y de mi persona guardaréis un recuerdo imborrable. ¡Bon appétit! Por cierto, una última cosa, a partir de hoy nada de Faustino, se acabaron los diminutivos, quiero ser recordado como Fausto.

 

 

Relato publicado en la revista Nación Alien, nº 13.

No hay comentarios:

Publicar un comentario