sábado, 7 de noviembre de 2020

LOS SIN ROSTRO

 El Círculo Independiente de Arte de Morelia (México) ha publicado en su Gaceta número dos mi relato

LOS SIN ROSTRO
Cada vez que viajaba a Madrid trataba de visitar el Museo del Prado. En la pinacoteca inacabable dedicaba cada una de sus visitas a una determinada galería. No obstante, nunca dejaba de examinar un determinado cuadro de Goya: Los Fusilamientos del tres de mayo. No podía evitarlo, el cuadro le hechizaba por algún motivo oscuro que no era capaz, no ya de verbalizar, sino, de articular en su pensamiento.
La obra soberbia representaba con dramatismo la escena en la que la luz brotaba de un farol para iluminar a los condenados y teñir de sombra a los ejecutores. Las víctimas configurando tres grupos definidos: los que están a la espera de ser fusilados y que ven con horror su futuro, los que están siendo ejecutados y los muertos, cadáveres que yacen en el suelo sobre un gran charco de sangre. Los soldados trazando una diagonal dan la espalda al espectador de manera que quedan ocultos sus rostros mientras que los ejecutados muestran toda una amplia gama de reacciones frente a su destino. Destaca, entre las víctimas, un hombre con camisa blanca que levanta los brazos en un gesto heroico ante la muerte, como un Jesucristo laico, para ingresar en la inmortalidad de mano de los pinceles del pintor. Los soldados, impersonales, intercambiables, un pelotón de matarifes sin rostro, seres sin identidad moral. Verdugos con la cabeza gacha que no miraban a sus víctimas, negándoles así, una interlocución y su humanidad, reduciéndolos a objetos enemigos, carne para ser fusilada en el desempeño de una tarea mecánica, ¡he aquí la banalidad del mal! –piensa el espectador-. ¿Por qué el autor ocultó sus semblantes? ¿Por qué inquietaba tanto ese ocultamiento? Cada vez que contemplaba el lienzo el visitante se estremecía.
No comprendió las causas de la fascinación que le producía el lienzo, ni menos aún de aquel desasosiego que tanto le perturbaba, hasta que un comando de terroristas encapuchados lo secuestró. Durante los más de quinientos días de infierno enloquecedor permaneció atrapado en el zulo húmedo y angosto, esperado ser asesinado en cualquier momento. Los secuestradores siempre se presentaron ante él ocultos bajo pasamontañas, jamás vio sus rostros.



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