miércoles, 8 de marzo de 2023

VATICINIO

 VATICINIO

En la plaza de la villa, durante el ya declinante mercado semanal, por ser la última hora de la tarde, la zíngara se acercó a la muchacha y tomó la mano de la joven aprovechando que ésta estaba distraída: “Vas a conocer a un hombre alto y guapo, que te romperá el corazón”, anunció la gitana tras leerle las líneas de su palma. “¡Qué tópico! -respondió Mina-. Y tendrá los ojos verdes”, añadió con ironía. La adivina asintió con semblante sombrío. La joven recompensó a la pitonisa con un puñado de monedas de cobre y reanudó su paseo, deteniéndose y curioseando las mercancías que le ofrecían los vendedores ambulantes, muchos de los cuales se disponían a recoger sus enseres. En uno de los puestos vendían ajos y el fuerte olor que desprendían mareó a la muchacha. La gitana se alejó rauda, persignándose con furia supersticiosa.
“¿Qué necesidad tengo de encontrar a otro hombre?”, se preguntó Mina. Hacía poco se había prometido a un aristócrata -las lujosas vestimentas que portaban eran testigos de su prodigalidad- y le esperaba un destino propio del más alto abolengo. Y, aunque también era cierto que no había nadie en el mundo más extraño y maniático que su prometido, lo cierto es que poco a poco se estaba acostumbrando a él y a sus excéntricas costumbres, ya fueran su dieta o su vida nocturna.
Se hacía de noche, era preciso regresar al lado de su prometido pálido y anémico, quien, aquejado por un insomnio sempiterno, la esperaría despierto hasta que despuntara el alba. El coche de punto la llevaría hasta la aldea en que le esperaba el carruaje y el cochero enviados por su novio para ser trasladada al castillo. Mina se acomodó en la berlina, era la única pasajera.
El cochero azoraba los caballos con la fusta cuando otro pasajero penetró, dando un brinco, en la cabina de la diligencia. Mina se pasmó al verlo, era alto, guapo, moreno y de ojos verdes. Su mirada era hipnotizadora, su sonrisa amplia y limpia como una bahía amable. Hablaba con un exótico y atractivo acento extranjero. A mina le sorprendió que se dirigiese a la misma aldea que ella.
-Me llamo Mina -dijo la muchacha, presentándose.
-Prefiero guardar el misterio de mi nombre -declaró él, sonriendo.
-¿Y eso?
-El misterio es la clave de la seducción.
-¿Piensa seducirme? -preguntó Mina entornando los ojos con picardía.
-Desde que la he visto no pienso en nada que no sea eso.
-No se haga ilusiones, estoy prometida.
Continuaron hablando de temas intrascendentes. Él dijo que estaba de turismo. Ella no le creyó, nadie visitaba aquella comarca remota y maldita. La noche cerraba y comenzaron a caer copos de nieve. El coche cogió un bache y él cayó de bruces sobre su escote. Mina sintió su aliento cálido sobre su piel y, en aquel momento, deseó no tener novio ni atadura alguna.
-Perdone.
-Perdonado -respondió ella, soltando una risita.
-Se ha lastimado la mejilla.
-¿Dónde?
-Aquí -la mano cálida del hombre acarició la mejilla y ella arrulló su rostro en su palma. -¡Mírese! -el extraño sacó un espejito en forma de concha de su morral de cuero. A Mina le extrañó aquel objeto tan inequívocamente femenino entre las pertinencias de un hombre. -Un rasguño, ¿lo ve? -Mina se aproximó al espejo y casi no pudo ver su imagen, aunque estaba segura que no se apreciaba ninguna herida-. Cómprese otro espejo, éste se lo vendieron ahumado, apenas me reflejo en él -declaró, un poco malhumorada.
-Es tanta su hermosura que hasta los espejos son incapaces de reflejarla en toda su plenitud -declaró el hombre sonriéndole. En boca de otro le habría parecido una cursilada, pero no en la de aquel hombre alto, guapo y de ojos verdes.
La nevada arreciaba y el cochero les avisó que no podía seguir, informándoles que a un kilómetro de distancia había una posada que regentaba una viuda amiga suya que les daría hospedaje por una noche. Mina agradeció para sí la tormenta, el cosquilleo de la aventura prendía en su interior.
La viuda los atendió con eficacia y celeridad y tras la cena dispuso a los tres en sendas habitaciones. Al cabo de una hora, los nudillos del hombre tocaron a la puerta de ella -un lapso de tiempo que a Mina se le había hecho interminable-
-Ábrame, quiero darle una cosa.
-Estoy en camisón. Démela mañana.
-Ha de ser ahora.
-Está bien, pase. -El tipo penetró en la habitación con su bolsa de viaje, cosa que extrañó a la muchacha.
-Desearía regalarle algo -dijo el hombre sacando del macuto una cadenita de la que pendía una cruz-, es de plata.
-¿Y qué he hecho yo para que me regale eso? -preguntó Mina que observó de reojo la cruz. Por alguna razón la visión del objeto la irritaba.
-Nada, pero lo hará.
-¿El qué? -se echó a reír la muchacha. Él la tomó por su cintura. Mina se deshizo del contacto, tampoco quería que la tomara por una chica fácil. El detalle de ofrecerle la cruz la molestó levemente. Si no le gustara tanto aquel tipo, hasta se habría ofendido. -Mi novio no soporta los crucifijos…, no es creyente.
-Quédese el espejito, ya no lo necesito, lo que debía comprobar ya lo he hecho.
-¿Espejitos, abalorios? ¿Y qué será lo próximo, cuentas de colores y agua de fuego? Me toma usted por una nativa salvaje de alguna isla exótica.
-¿Me equivoco en lo de salvaje?
Mina lo observó de arriba abajo. Le gustaba su descaro, la seguridad con que expresaba su deseo, le gustaba aquel macho, ¡qué narices! Para qué andarse por las ramas si los dos sabían que la noche iba a acabar a ras de cama, ¿para qué seguir perdiendo el tiempo? Mientras el Conde, su prometido, no se enterase, no iba a pasar nada malo.
-Tendrás que salir de mi habitación antes de que amanezca -respondió Mina. -Y ahora dime tu nombre -musitó mientras le acercaba los labios.
-Después.
Desafiando a lo probable, ambos amantes alcanzaron juntos el éxtasis y su consiguiente petite mort. Tras hacer el amor, él se dejó mecer por un sueño plácido y dulce. Ella se durmió algo más tarde, tras el disfrute del cuerpo atlético del hombre anónimo, eran los brazos de Morfeo los que solicitaban su entrega.
Ella se despertó al sentir un arrebato, una llamada oscura; hambre, sed y deseo, uncidos en un mismo impulso. Sus labios se posaron sobre el cuello del hombre, la tentación era inmensa. ¡Pero era tan guapo aquel desconocido! La muchacha se dio la vuelta en la cama, se tragó las ganas y trató de dormir.
Una punzada en el pecho despertó a Mina. Tras la punción, el líquido caliente que brotaba de la herida superficial comenzaba a teñir de rojo su camisón. El hombre estaba sentado sobre ella, con sus rodillas inmovilizando sus brazos; en la mano izquierda sujetaba una estaca que acababa de presentar sobre su corazón, con la derecha blandía un mazo. Faltada de aire, Mina no pudo articular palabra. Él reveló su identidad: “Mi nombre es Abraham Van Helsing”.


Relato finalista en el I PREMIO INTERNACIONAL DE RELATOS
FANTÁSTICOS Y DE TERROR
“CIUDAD DE INNMOUTH”
HOMENAJE A H. P. LOVECRAFT

CARTEL DE PRESENTACIÓN DE MI NOVELA "EL EQUÍVOCO" EN LA PRIMERA FERIA VIRTUAL DEL LIBRO DE PORTUGAL

 


miércoles, 15 de febrero de 2023

ROMANCE EN LA JUGUETERÍA

 Mi amiga y gran artista, Líneas Sinmás ha realizado esta bellísima ilustración para mi microrrelato


ROMANCE EN LA JUGUETERÍA

El soldatito de plomo andaba con pies de idem al inicio de su relación con la muñeca de la juguetería, no en vano Matrioska tenía personalidad múltiple.




EL FICUS

 La revista "Entre paréntesis Chile" publica mi relato

EL FICUS
Mi suegra es tan inamovible en sus planteamientos que un día, tan sólo para fastidiarnos, decidió convertirse en ficus. Al principio tratamos de disuadirla rogándole que volviera a su estado anterior, incluso dejamos que el perro se le orinara encima un par de veces, para que viera que ser planta tampoco era una bicoca. Todo fue en vano, ella se había enrocado en su maceta y de allí no la sacaba nadie. Tolerantes como somos, terminamos por aceptar sus inclinaciones.
Dada la situación, decidimos cuidarla lo mejor que supimos: la regábamos en días alternos, le quitábamos el polvo de las hojas con paños húmedos, la medicábamos contra los pulgones, le poníamos la música —mayormente coplas— que sabíamos que a ella le gustaba, le hablábamos… Los días de lluvia la sacábamos al balcón para que se empapase de agua celestial. Los sábados la colocábamos frente al televisor para que disfrutara de su programa favorito: “cine de barrio”. Los domingos por la tarde aparecía por casa el padre Mundina —siempre a la hora de los postres, el muy gorrón—que le tomaba confesión y la regaba con agua bendita. Reconozco que lo que más nos costó fue cuando llegó el momento de abonarla, es muy duro untar de estiércol a una madre, aunque sea política.
La cuidamos tan bien que creció sana y exuberante, hasta el punto en que su follaje tocó el techo y las ramas comenzaron a desmadrarse por el salón. Ante la evidencia de que la planta nos estaba echando del apartamento —cada vez acaparaba más espacio vital que nos robaba a nosotros—, le propuse a mi esposa que la ingresáramos en un invernadero. Mi mujer se resistía a separarse de su madre y alegaba que mi suegra no era problemática, sobre todo si se la comparaba con la vieja del quinto, que se había convertido en planta carnívora insaciable, hasta el punto en que había devorado al gato y habían prohibido a los niños que se le acercasen.
Por su parte, mi suegra no quería ni oír hablar del invernadero y eso que le dije que allí haría muchos amigos, que se encontraría con otros viejales testarudos como ella que habían decidido también convertirse en plantas. Hasta le traje unos folletos preciosos del invernáculo que ella ni se dignó en hojear. Es más, con perfidia, mi suegra trató de matarme ¡así pagó todos nuestros desvelos! Aprovechó que yo estaba a solas en el salón contemplando absorto un partido de fútbol, cuando una de sus ramas se desplegó a mi espalda y se enroscó a mi cuello, asfixiándome. Gracias a Dios tenía a mano un cuchillo jamonero y pude podar su ramaje, de no ser así, estaría muerto. Ya os podéis imaginar el drama familiar: mi suegra mutilada, rezumando sabia; mi mujer histérica, dando por hecho que era yo el agresor y no al revés, los niños llorando y el perro ladrando. La puta de mi suegra, además, me denunció a la policía por violencia doméstica y ahora tengo una orden de alejamiento que me impide acercarme a menos de quinientos metros del domicilio de la víctima, es decir, de mi casa, por lo que vivo en una pensión. Los amigos del bar me dicen que no cometa ninguna locura, pero un ficus no me jode a mí el matrimonio, mi suegra este año no se come los turrones.

martes, 14 de febrero de 2023

CORNUCOPIA

 Mi microrrelato "Cornucopia" publicado en la revista mexicana "El creacionista" en su número 52.


Era de los pocos detectives honrados que quedaban en la ciudad, así me lo aseguraron. Le encargué que siguiera a mi esposa para averiguar si me era infiel. Salidas a horas extrañas, respuestas evasivas, embustes rotundos y mucho desamor, alimentaban mis sospechas.
Al mes, el sabueso ya tenía las pruebas: mi testa estaba libre de cornamenta. Ella pertenecía a un grupo de activistas que ayudaban a los inmigrantes que franqueaban ilegalmente las fronteras de mi país. Su clandestinidad tenía por objetivo evitar que se hiciera pública su participación en el acogimiento para no perjudicar mi carrera de político derechista y xenófobo. Me disgustó que me ocultara sus actividades, así como su deslealtad política, pero respiré aliviado al saber que no había relación adúltera de por medio. Estaba a salvo de los tan temidos cuernos.
Un día, en que regresé a casa antes de lo previsto, sorprendí a mi esposa en la cama con dos amantes: el honrado detective que había contratado y otro señor de piel muy negra.