miércoles, 6 de noviembre de 2019

BLANCA RENDICIÓN




Lucas se afloja el nudo de la corbata y se desabrocha los dos botones superiores de su camisa. Permanece solo en su despacho, en soledad con sus demonios. Un brío húmedo chapotea en el ánimo del hombre mientras su pensamiento se desagua en un agujero negro, el corazón se le acelera y un festival de sangre y deseo hincha de regocijo el sur de su cuerpo. La voz de Ángela reverbera todavía en su conciencia, sus palabras gruesas y desmadejadas, su impudicia de hembra que se sabe poderosa, su desvergüenza instrumental; sólo ella sabe cómo desquiciarle tanto. Ahora es él quien llama a Elvira, su esposa, salta el contestador. “Debo quedarme en la oficina hasta tarde. Hay mucho trabajo pendiente. No me esperes para cenar”, se excusa Lucas.

-¡Puta!
-¡Cabrón!

Ángela y Lucas siempre se insultan antes, durante y después del encuentro; se trata de un ritual oscuro que les excita. Las sábanas de la cama del hotel son insultantemente blancas, inapropiadas, albas como una bandera de rendición. La blancura del tálamo contrasta con la penumbra del delta que se le ofrece al hombre, con el objeto oscuro del deseo, abierto como una promesa o, quizás, como una amenaza. Le sigue una esgrima de cuerpos hasta el mutuo vaciamiento.

Lucas titubea antes de entrar en su casa, le toca esculpir mentiras, simular quejarse de la empresa que lo esclaviza. Para sorpresa del hombre Elvira no está sola, una vez más la acompaña Génesis, la guapa y nueva vecina venezolana que tan amiga se ha hecho de su mujer en el último año.  

“Cariño, Génesis me está ayudando a doblar las sábanas de la casa”, declara Elvira. Lucas sonríe. La venezolana no sólo es agradable de ver, es dulce de carácter y risueña. Nunca había visto a su mujer tan feliz y entusiasmada con una amistad. “Qué horas más raras tenéis para ordenar la ropa de cama”, simula enfadarse Lucas, sincero en su leve perplejidad, al constatar que la vecina se demora en su visita a una hora inapropiada de la noche.

Las sábanas danzan en el salón y su blancura le recuerdan al hombre las sábanas del hotel. “Qué amistad tan blanca, tan pura, tan ingenua. Lucas, eres un cabrón, un miserable. Engañar a una mujer tan buena. Dejarte arrastrar por una fulana”, se reconcome el hombre al compás de una sonrisa que se vuelve triste.

Elvira y Génesis se ríen al unísono mientras recuerdan en silencio las sábanas que han sido testigos de su secreto.   

(Relato finalista en el Concurso de relatos eróticos Karma Sensual 15). 





2 comentarios:

  1. Por algo es que el refrán de que no hay peor ciego que el que no quiere ver, sigue teniendo parte de verdad.

    Saludos,

    J.

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    1. Sí, dicen que el cornudo es el último en enterarse.

      Saludos.

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