miércoles, 15 de febrero de 2023

EL FICUS

 La revista "Entre paréntesis Chile" publica mi relato

EL FICUS
Mi suegra es tan inamovible en sus planteamientos que un día, tan sólo para fastidiarnos, decidió convertirse en ficus. Al principio tratamos de disuadirla rogándole que volviera a su estado anterior, incluso dejamos que el perro se le orinara encima un par de veces, para que viera que ser planta tampoco era una bicoca. Todo fue en vano, ella se había enrocado en su maceta y de allí no la sacaba nadie. Tolerantes como somos, terminamos por aceptar sus inclinaciones.
Dada la situación, decidimos cuidarla lo mejor que supimos: la regábamos en días alternos, le quitábamos el polvo de las hojas con paños húmedos, la medicábamos contra los pulgones, le poníamos la música —mayormente coplas— que sabíamos que a ella le gustaba, le hablábamos… Los días de lluvia la sacábamos al balcón para que se empapase de agua celestial. Los sábados la colocábamos frente al televisor para que disfrutara de su programa favorito: “cine de barrio”. Los domingos por la tarde aparecía por casa el padre Mundina —siempre a la hora de los postres, el muy gorrón—que le tomaba confesión y la regaba con agua bendita. Reconozco que lo que más nos costó fue cuando llegó el momento de abonarla, es muy duro untar de estiércol a una madre, aunque sea política.
La cuidamos tan bien que creció sana y exuberante, hasta el punto en que su follaje tocó el techo y las ramas comenzaron a desmadrarse por el salón. Ante la evidencia de que la planta nos estaba echando del apartamento —cada vez acaparaba más espacio vital que nos robaba a nosotros—, le propuse a mi esposa que la ingresáramos en un invernadero. Mi mujer se resistía a separarse de su madre y alegaba que mi suegra no era problemática, sobre todo si se la comparaba con la vieja del quinto, que se había convertido en planta carnívora insaciable, hasta el punto en que había devorado al gato y habían prohibido a los niños que se le acercasen.
Por su parte, mi suegra no quería ni oír hablar del invernadero y eso que le dije que allí haría muchos amigos, que se encontraría con otros viejales testarudos como ella que habían decidido también convertirse en plantas. Hasta le traje unos folletos preciosos del invernáculo que ella ni se dignó en hojear. Es más, con perfidia, mi suegra trató de matarme ¡así pagó todos nuestros desvelos! Aprovechó que yo estaba a solas en el salón contemplando absorto un partido de fútbol, cuando una de sus ramas se desplegó a mi espalda y se enroscó a mi cuello, asfixiándome. Gracias a Dios tenía a mano un cuchillo jamonero y pude podar su ramaje, de no ser así, estaría muerto. Ya os podéis imaginar el drama familiar: mi suegra mutilada, rezumando sabia; mi mujer histérica, dando por hecho que era yo el agresor y no al revés, los niños llorando y el perro ladrando. La puta de mi suegra, además, me denunció a la policía por violencia doméstica y ahora tengo una orden de alejamiento que me impide acercarme a menos de quinientos metros del domicilio de la víctima, es decir, de mi casa, por lo que vivo en una pensión. Los amigos del bar me dicen que no cometa ninguna locura, pero un ficus no me jode a mí el matrimonio, mi suegra este año no se come los turrones.

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