martes, 14 de julio de 2020

JE T'AIME

Mi relato "Je t'aime" a sido publicado por la Editorial Hechizo en una antología de relatos eróticos.

JE T’AIME

 

Dudé, claro que dudé, antes de entrar. Además, en estos sitios te cobran, pero seis meses de calentón es mucho tiempo acumulado. Sin pensármelo más, entré en el puticlub.

Era una barra americana de ambientación retro con sus taburetes de rojo chillón. Sonaba un viejo tema musical: Je t’aime. Una andina achaparrada, con las tetas al aire, servía las copas. Conté seis putas aburridas alumbradas por una iluminación insana, ninguna me gustaba del todo, así que le pregunté a la encargada -una señora  maquillada por su peor enemigo que tendría setenta años de edad, por lo menos-, si había alguna otra chica disponible. La alcahueta me informó que había otra, pero que estaba ocupada con unos clientes. Reparé en el plural y como adivinando mis pensamientos, exclamó la andina: “¡La guarra!”. Reí, debía ser sobradamente guarra para que las compañeras de burdel le llamasen así.

Me decidí por una negrita, que si no guapa, al menos, parecía simpática. Una vez en la habitación, el aparato no me respondió. Necesitado de comunicación, le conté a la negrita que me sentía culpable por engañar a mi mujer, que era una santa. Le expliqué a la meretriz que me había quedado sin trabajo hacía algo más de seis meses y  que, casi de forma milagrosa, mi esposa encontró empleo a la semana siguiente en una empresa de catering, de manera que era ella la que traía el sueldo al hogar mientras que yo había pasado a ocupar el rol de amo de casa. Desde que mi mujer trabajaba no habíamos vuelto a hacer el amor, ella siempre regresaba a casa agotada y cuando no era así, tenía jaqueca. De lo que sisaba del dinero que me entregaba para hacer la compra, yo había conseguido reunir el importe para irme de putas. Y he aquí que iba a ponerle los cuernos con lo que a ella le habían pagado trabajando duro y honestamente.

La putilla me consoló –sin parar el taxímetro, que me cobró el tiempo que estuvo haciendo de psicóloga-. Se mostró muy comprensiva: “Mi amol, lo natural es follal”. Luego, se puso cariñosa y yo rematé la faena. 

Tras aliviarme me tomé una copa en la barra americana. Pregunté a la andina por la que faltaba, “la guarra”, y me dijo que tendría aún para un rato pues estaba atendiendo una orgía. Volvió a sonar el Je t’aime de Jane Birkin y Serge Gainsbourg; un tema que había estado de moda en mi adolescencia. Recordé con placer nostálgico las manolillas que me había cascado oyendo los gemiditos de la Birkin. Al preguntarle a la negrita si pinchaban esa canción con frecuencia, ésta me explicó que era el tema preferido de la encargada, quien aseguraba que le traía recuerdos de la época en que empezó su carrera de putón, así que lo ponía “a cada ratico”, y que ella “estaba hasta el moño de la cansionsita”. Sin esperar a verle la cara a la puta ausente, me marché del local rumbo a mi hogar, aplacado, contento y ligero de espíritu, silbando Je t’aime.

Cuando regresó mi mujer del trabajo la noté de muy buen humor. Me dijo que la tarde había sido estupenda y le habían dejado una buena propina por lo duro que se había empleado. Dándome una palmadita en el trasero, me dijo: “Tigre, esta noche quiero ver como ruges”. Yo me dije: “¡Vaya! Precisamente hoy tiene ganas, cuando acabo de desatascar las tuberías”. Luego se ofreció a cocinarme mi plato favorito: huevos estrellados.

Todo era perfecto hasta ese momento. Yo leía el periódico satisfecho en el salón, cuando me sobresaltó un tarareo que provenía de la cocina. “No puede ser”, me dije. La sospecha extendió sus enormes alas negras.  Mi mujer canturreaba  Je t’aime…, oui, je t’aime…mon non plus.


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