MENOS
DA UNA PIEDRA
Eusebio era un ser bruto, simple y
feliz. A Eusebio le gustaba su trabajo de albañil, el fútbol, las películas de
acción, escuchar reguetón y piropear a las mujeres desde lo alto del andamio.
Sus máximas aspiraciones en la vida era llegar a ser encargado de obra y que su
prima Mari Trini, una joven marujona, aprendiz de peluquería de barrio, de la
que estaba perdidamente enamorado porque tenía las tetas grandes, se fijara en
él.
Una tarde el jefe de Eusebio le pidió
que se quedara en la obra haciendo horas extras paleando los escombros del
solar en el que trabajaban. Agonizaba el día y ya las nubes eran mortajas
escarlatas, cuando entre en la soledad de la obra, Eusebio hincó entre los
cascotes la última palada descubriendo una piedra de forma cónica, de negrura
intensa y brillo refulgente.
-¿Qué coño es esto? -se preguntó en voz
alta el albañil mientras le toqueteaba con la punta de la pala.
-¡Ay! -profirió la piedra.
-¡Joder, que susto! -exclamó Eusebio.-Ya
decía yo que el carajillo que me he tomado era de garrafón, pues no me ha
parecido que la piedra de marras habla.
-¡Por supuesto! Soy la piedra filosofal,
quimera perseguida por los alquimistas de todos los tiempos.
-¿Esto está pasando de verdad, me hablas
a mí? -preguntó el albañil tras limpiarse de cera los oídos.
-¿A quién si no, garrulo?
-No puede ser que me hable una puta
piedra. Esto es absurdo.
-¿Acaso crees que conoces el absurdo?
¡No conoces nada! ¿Acaso piensas que nuestros sentidos son lo suficientemente
precisos para que podamos hacer una representación cabal del mundo? Si es así,
te engañas. Apenas somos cautivos en una caverna a los que tan sólo les está permitido ver
danzar sombras proyectadas sobre una pared y a esa fantasmagoría la denominamos
realidad.
-¡Joder, hostia puta, copón! -El albañil
no alucinaba tanto desde la vez en que siendo joven se tomó un ácido con sus
amigotes.
-¿Quién eres buen hombre?
-Me llamo Eusebio.
-Te he preguntado quién eres no cómo te
llamas.
-Pues no sé qué decirte.
-¿No?
-No, no sé quién soy.
-Acabas de formular tu primera lección
de filosofía. Conócete a ti mismo, esa será tu primera tarea.
- ¿Y qué coño quieres, cacho piedra?
-¿Qué quieres tú?
-No te entiendo.
-¿Qué le pides a la vida?
-Llegar a ser encargado de obra y que mi
prima Mari Trini me haga caso.
-Lo que yo te daré es más importante que
todo eso.
-¿Dinero? -Eusebio pensó que quizás la
piedra dichosa era un trasunto de la lámpara de Aladino.
-Más importante que el oro y los
diamantes.
-¿Más?
-Llévame contigo y te proporcionaré
sabiduría.
Eusebio se llevó la piedra filosofal a
su casa y la metió dentro de una pajarera que colgó en el techo de su
dormitorio. Durante cuarenta días con sus cuarenta noches, la piedra estuvo
iluminando al albañil acerca de las grandes cuestiones de la existencia:
¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Estamos solos en el Universo o acompañados?
¿Hay vida tras la muerte? ¿Lo que llamamos realidad es real? ¿Cómo sabemos lo
que sabemos? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la nada?
Al terminar aquella sesión intensiva de
filosofadas, Eusebio era otro hombre… peor que el anterior. Aquel Eusebio obtuso, más corto que la picha
de un virus, pero alegre, despreocupado y jaracandoso, dio paso a un hombre
amargado, taciturno y atormentado por angustias existenciales que le provocaban
fobia social, insomnio, úlcera de estómago y halitosis. De repente, el albañil
se preguntaba por el sentido de su vida sin hallar respuesta alguna que le
pudiera satisfacer. Sus compañeros de trabajo le parecían obreros alienados y futboleros
embrutecidos, rehenes del espíritu gregario e incapaces de atreverse a pensar
por sí mismos. No ocultó su desprecio a la plantilla y terminaron por
despedirlo. Por su parte, se desenamoró de Mari Trini, quien pasó a parecerle
una zopenca irrecuperable que le aburría hasta la náusea con sus conversaciones
de choni de manual.
Tras la última semana de clase magistral
impartida por el pedrusco dedicada a Kierkegard, Shopenhauer y Nietzsche;
Eusebio llegó a la conclusión que debía suicidarse, pues:
-“No
hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar
que la vida vale o no vale la pena es responder a la pregunta fundamental de la
filosofía. Y como quiere Nietzsche, que un filósofo, para ser
estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esta
respuesta” - citó el encofrador a Camus mientras sostenía la cuchilla de
afeitar con la que se proponía a cortarse las venas.
-¡No hay huevos! –exclamó la piedra.
Eusebio detectó un tono malévolo y burlón en su pétreo maestro y le molestó el
coloquialismo. ¿Para qué el empacho de pedantería que había soltado el pedrusco
para venirle, en ese momento trágico, a hablarle como un poligonero? –Date
matarile de una vez.
-¡Adios, mundo cruel! –exclamó Eusebio
mientras presionaba la cuchilla sobre su muñeca izquierda.
-¡Joder, que topicazo! ¿Además,
cazurrín, no habíamos en quedado que el
universo no existe más que en la subjetividad de cada cuál, que el mundo no es
más que la representación mental que hacemos de él y que los sentidos nos
engañan?
-¡Puta piedra! – gritó Eusebio
interrumpiendo su suicidio. –¡Yo era feliz antes de conocerte!
-Mejor ser un Sócrates gruñón que un
cerdo satisfecho. La felicidad y el optimismo son para gilipollas como el
Cándido de Voltaire, los lectores de libros de autoayuda y los papanatas que
cuelgan frases motivacionales en sus redes socciales. Eres un puto gallina, eso
es lo que pasa.
-Pienso, luego existo. Cuestiono mis
decisiones.
-Sí, para ti, pienso, que es lo que
comen los cerdos y las gallinas.
Eusebio se percató de lo absurda,
surrealista y demencial que era su situación. ¿Iba a quitarse la vida porque
una piedra le había estado comiendo el coco? ¿Estamos locos o qué?
A la mañana siguiente Eusebio buscó el
pozo más hondo que pudo encontrar y precipitó a su interior el pedrusco.
Existe una leyenda urbana acerca de un
pozo al que si le arrojas monedas, brota una voz interior que te insulta
mientras proclama: “¿Quieres tener suerte cabrón, por la puta calderilla que me
has echado? La suerte no existe, supersticioso gilipollas, la suerte te la
haces tú. Y que sepas que me has hecho daño con el monedazo que me has arreado.
Como me vuelvas a tirar otra, subo para arriba y te corto los huevos”.
https://38d826ee-cbbe-4499-a84b-43f32ec8a12c.filesusr.com/ugd/63a289_1370d733f3074896a0820cbdf8733bc2.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario