viernes, 17 de julio de 2020

MENOS DA UNA PIEDRA

La revista Almicidio ha publicado mi relato

MENOS DA UNA PIEDRA

Eusebio era un ser bruto, simple y feliz. A Eusebio le gustaba su trabajo de albañil, el fútbol, las películas de acción, escuchar reguetón y piropear a las mujeres desde lo alto del andamio. Sus máximas aspiraciones en la vida era llegar a ser encargado de obra y que su prima Mari Trini, una joven marujona, aprendiz de peluquería de barrio, de la que estaba perdidamente enamorado porque tenía las tetas grandes, se fijara en él.

Una tarde el jefe de Eusebio le pidió que se quedara en la obra haciendo horas extras paleando los escombros del solar en el que trabajaban. Agonizaba el día y ya las nubes eran mortajas escarlatas, cuando entre en la soledad de la obra, Eusebio hincó entre los cascotes la última palada descubriendo una piedra de forma cónica, de negrura intensa y brillo refulgente.

-¿Qué coño es esto? -se preguntó en voz alta el albañil mientras le toqueteaba con la punta de la pala.
-¡Ay! -profirió la piedra.
-¡Joder, que susto! -exclamó Eusebio.-Ya decía yo que el carajillo que me he tomado era de garrafón, pues no me ha parecido que la piedra de marras habla.
-¡Por supuesto! Soy la piedra filosofal, quimera perseguida por los alquimistas de todos los tiempos.
-¿Esto está pasando de verdad, me hablas a mí? -preguntó el albañil tras limpiarse de cera los oídos.
-¿A quién si no, garrulo?
-No puede ser que me hable una puta piedra. Esto es absurdo.
-¿Acaso crees que conoces el absurdo? ¡No conoces nada! ¿Acaso piensas que nuestros sentidos son lo suficientemente precisos para que podamos hacer una representación cabal del mundo? Si es así, te engañas. Apenas somos cautivos en una caverna  a los que tan sólo les está permitido ver danzar sombras proyectadas sobre una pared y a esa fantasmagoría la denominamos realidad.
-¡Joder, hostia puta, copón! -El albañil no alucinaba tanto desde la vez en que siendo joven se tomó un ácido con sus amigotes.
-¿Quién eres buen hombre?
-Me llamo Eusebio.
-Te he preguntado quién eres no cómo te llamas.
-Pues no sé qué decirte.
-¿No?
-No, no sé quién soy.
-Acabas de formular tu primera lección de filosofía. Conócete a ti mismo, esa será tu primera tarea.
- ¿Y qué coño quieres, cacho piedra?
-¿Qué quieres tú?
-No te entiendo.
-¿Qué le pides a la vida?
-Llegar a ser encargado de obra y que mi prima Mari Trini me haga caso.
-Lo que yo te daré es más importante que todo eso.
-¿Dinero? -Eusebio pensó que quizás la piedra dichosa era un trasunto de la lámpara de Aladino.
-Más importante que el oro y los diamantes.
-¿Más?
-Llévame contigo y te proporcionaré sabiduría.

Eusebio se llevó la piedra filosofal a su casa y la metió dentro de una pajarera que colgó en el techo de su dormitorio. Durante cuarenta días con sus cuarenta noches, la piedra estuvo iluminando al albañil acerca de las grandes cuestiones de la existencia: ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Estamos solos en el Universo o acompañados? ¿Hay vida tras la muerte? ¿Lo que llamamos realidad es real? ¿Cómo sabemos lo que sabemos? ¿Qué es el ser? ¿Qué es la nada?

Al terminar aquella sesión intensiva de filosofadas, Eusebio era otro hombre… peor que el anterior.  Aquel Eusebio obtuso, más corto que la picha de un virus, pero alegre, despreocupado y jaracandoso, dio paso a un hombre amargado, taciturno y atormentado por angustias existenciales que le provocaban fobia social, insomnio, úlcera de estómago y halitosis. De repente, el albañil se preguntaba por el sentido de su vida sin hallar respuesta alguna que le pudiera satisfacer. Sus compañeros de trabajo le parecían obreros alienados y futboleros embrutecidos, rehenes del espíritu gregario e incapaces de atreverse a pensar por sí mismos. No ocultó su desprecio a la plantilla y terminaron por despedirlo. Por su parte, se desenamoró de Mari Trini, quien pasó a parecerle una zopenca irrecuperable que le aburría hasta la náusea con sus conversaciones de choni de manual.

 Tras la última semana de clase magistral impartida por el pedrusco dedicada a Kierkegard, Shopenhauer y Nietzsche; Eusebio llegó a la conclusión que debía suicidarse, pues:

 -“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Y como quiere Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esta respuesta” - citó el encofrador a Camus mientras sostenía la cuchilla de afeitar con la que se proponía a cortarse las venas.
-¡No hay huevos! –exclamó la piedra. Eusebio detectó un tono malévolo y burlón en su pétreo maestro y le molestó el coloquialismo. ¿Para qué el empacho de pedantería que había soltado el pedrusco para venirle, en ese momento trágico, a hablarle como un poligonero? –Date matarile de una vez.
-¡Adios, mundo cruel! –exclamó Eusebio mientras presionaba la cuchilla sobre su muñeca izquierda.
-¡Joder, que topicazo! ¿Además, cazurrín, no habíamos  en quedado que el universo no existe más que en la subjetividad de cada cuál, que el mundo no es más que la representación mental que hacemos de él y que los sentidos nos engañan?
-¡Puta piedra! – gritó Eusebio interrumpiendo su suicidio. –¡Yo era feliz antes de conocerte!
-Mejor ser un Sócrates gruñón que un cerdo satisfecho. La felicidad y el optimismo son para gilipollas como el Cándido de Voltaire, los lectores de libros de autoayuda y los papanatas que cuelgan frases motivacionales en sus redes socciales. Eres un puto gallina, eso es lo que pasa.
-Pienso, luego existo. Cuestiono mis decisiones.
-Sí, para ti, pienso, que es lo que comen los cerdos y las gallinas.

Eusebio se percató de lo absurda, surrealista y demencial que era su situación. ¿Iba a quitarse la vida porque una piedra le había estado comiendo el coco? ¿Estamos locos o qué?

A la mañana siguiente Eusebio buscó el pozo más hondo que pudo encontrar y precipitó a su interior el pedrusco.

Existe una leyenda urbana acerca de un pozo al que si le arrojas monedas, brota una voz interior que te insulta mientras proclama: “¿Quieres tener suerte cabrón, por la puta calderilla que me has echado? La suerte no existe, supersticioso gilipollas, la suerte te la haces tú. Y que sepas que me has hecho daño con el monedazo que me has arreado. Como me vuelvas a tirar otra, subo para arriba y te corto los huevos”.





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